1. Mi mamá cogiendo con el panadero


    Fecha: 17/07/2025, Categorías: Confesiones Tus Relatos Autor: Karen Hernández, Fuente: Relatos-Eroticos-Club-X

    ... preocupa. Ya ni siquiera me ves. Ya ni siquiera te importa.
    
    Ella se acercó a la puerta y puso una mano sobre el marco, lista para irse. Se dio media vuelta y le lanzó una última mirada, esa que mezclaba fuego y despedida.
    
    —Exacto. Ya no me importa.
    
    Y se fue.
    
    Yo me quedé ahí, entre muda y encendida por dentro. Sabía que esa discusión era solo una parte de muchas. Que lo que había entre ellos ya estaba roto desde hace tiempo. Pero ese día entendí algo más profundo: que ser deseada no era una ofensa, y que una mujer no tiene que reducirse para complacer a nadie.
    
    Años después, sin darme cuenta, empecé a hacer lo mismo. A veces, cuando me arreglo, me pongo esa chamarra de mezclilla ajustada, unos leggings que me hacen sentir poderosa y mi gorra favorita. Camino segura, con la cabeza en alto, sintiendo las miradas, los juicios… y no me importa. Porque lo que aprendí de mi mamá no fue a vestirme sexy… fue a ser libre.
    
    Apenas vi que cerró la puerta con ese “ya no me importa” colgando en el aire, no lo dudé. Agarré mi suéter y salí tras ella, aunque sabía que no quería compañía… o eso fingía. Sus pasos ya estaban a media cuadra, pero era fácil reconocerla a lo lejos: ese vaivén de caderas, ese contoneo natural, ese tac-tac sensual de sus botas negras sobre el pavimento, como si cada paso marcara su territorio.
    
    Corrí un poco hasta alcanzarla, y cuando estuve a su lado, no me dijo nada. Solo giró un poquito su cara, me vio con esa media sonrisa que siempre guarda ...
    ... para mí, y siguió caminando. Me puse a su ritmo, pegadita a ella. El aire estaba tibio, y su perfume mezclado con el olor de la calle me envolvió como un recuerdo.
    
    —¿Así que ya no te importa? —le dije bajito, con una sonrisa traviesa.
    
    Ella soltó una pequeña risa, de esas que suenan a “sí, y qué”. Se acomodó la gorra con elegancia y levantó una ceja como si me estuviera evaluando.
    
    —¿Y tú qué crees, muñeca? —me contestó coqueta—. ¿Crees que a estas alturas me voy a aguantar por lo que él opine?
    
    —La verdad… no —le dije, riéndome—. Pero fue intenso. Lo que le dijiste, uff…
    
    —Es que a veces los hombres creen que una se viste para ellos. Pobrecitos… —suspiró, sin perder la sonrisa. Luego bajó un poco la voz—. Cuando yo tenía tu edad, hija, también me decían que me “mostraba mucho”. Pero yo ya sabía que lo mío no era para esconderse.
    
    Me la quedé viendo de reojo. Su chamarra entallada le abrazaba tan bien la figura que era imposible no notarlo. Cada costura parecía hecha a medida. El top de debajo apenas se asomaba, dejando ver un poco de su abdomen plano y bronceado. Los leggings negros le marcaban todo: piernas firmes, caderas anchas, y un trasero que caminaba con personalidad propia. Diosa total. No una mamá “común”, sino una mujer con fuego. Mi fuego de origen.
    
    —¿Y te criticaban por eso? —le pregunté, genuina.
    
    —Claro. Desde siempre. En la escuela, en la calle, hasta mi propia mamá me decía que “una señorita no llamaba tanto la atención”. Pero, ¿sabes qué? Yo ...
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