Mi sobrino me manosea mientras mi novio duerme
Fecha: 08/09/2025,
Categorías:
Incesto
Autor: Princesa cruel, Fuente: TodoRelatos
... Nada. Así que la empujé suavemente. Estaba oscuro. Solo una luz tenue salía del baño.
Me acerqué y golpeé.
—¿Enzo?
No respondió. Pero al segundo, la puerta se abrió de golpe, lenta, como en una película de terror. Pero lo que vería no me horrorizaría.
Ahí estaba él, desnudo.
Me quedé dura. Esa verga enorme colgando, como si no existiera ni la más mínima vergüenza en su cuerpo. Era como una obra grotesca y perfecta al mismo tiempo. Tardé unos segundos en reaccionar hasta que vi algo más: tenía sangre en el hombro.
—¿Qué te pasó? —pregunté, sin disimular la preocupación.
—Nada, una pelea —me dijo. Entonces agarró una toalla pequeñña y la envolvió en su cintura. En él, que era tan grande, apenas parecía un taparrabo—. Justo iba a bañarme.
Le miré la cara y sentí un escalofrío. Tenía el pómulo izquierdo hinchado y un corte que seguía sangrando un poco. Los nudillos de la mano derecha, rojos y abiertos, como si hubiera estado rompiendo paredes.
—Necesitás tratar esas heridas —le dije.
Me acerqué un paso, sin pensarlo, para verle mejor el rostro. Desde tan cerca podía sentir el olor a sudor mezclado con alcohol y porro.
—¿Qué hiciste? —pregunté, aunque la respuesta me daba miedo.
—No te preocupes. No maté a nadie. Solo me defendí —respondió con una calma inquietante—. Hay muchos pibes celosos, ¿viste?
—Bañate —dije, intentando sonar firme—, y mañana hablamos seriamente de esto.
—¿Y por qué no ahora? —preguntó, mirándome con una chispa en ...
... los ojos.
Le tendría que haber dicho que era porque Fabricio tenía que estar presente, pero no me salió. Su cuerpo me intimidaba, no solo por su tamaño, sino por esa energía violenta y sexual que parecía emanar de cada músculo.
—No podés estar agarrándote a piñas cada vez que salís —le dije, cruzando los brazos para protegerme de su mirada.
—No lo hago cada vez que salgo. Solo cuando tengo que defenderme —respondió con una media sonrisa.
—Hay maneras de evitar las peleas —insistí.
—Sí, debería pedirle al tío Fabricio que me enseñe —dijo, con sarcasmo, como si la idea le causara gracia.
—Enzo… —empecé a decir.
—Hagamos una cosa —me interrumpió—. Dejá que me bañe rápido, y después me ayudás con las heridas. Hay botiquín acá, ¿no?
—Sí… —contesté, sintiendo que había perdido el control de la conversación.
Sin esperar a que me fuera, se quitó la toalla con naturalidad, como si no tuviera pudor alguno, y corrió la cortina de la ducha. Me di vuelta, molesta y… excitada.
Fui a la cocina. Busqué el botiquín y agarré con todo lo necesario: alcohol, gasas, algodón, una pomada. Mis manos temblaban un poco. Me quedé unos segundos parada en medio de la cocina, intentando respirar hondo. Sabía que si volvía, si no despertaba a Fabricio para que se encargara, algo se iba a descontrolar.
Volví igual.
Cuando entré, Enzo estaba saliendo de la ducha. Su cuerpo brillaba con las gotas de agua deslizándose por la piel morena. Se había puesto otra vez la toalla ...