1. El círculo. Cap.33. Las cosas que no queremos ver


    Fecha: 11/09/2025, Categorías: Infidelidad Autor: Ixchel Diaz M, Fuente: TodoRelatos

    ... si saliera de una pintura decimonónica. A su lado, varios presidentes municipales, un par de magistrados federales, empresarios, directores de medios regionales, el rector de la universidad. Todos con rostros graves, algunos curiosos, otros escépticos, y algunos —los más viejos— apenas disimulando la incomodidad.
    
    Y al centro del salón, de pie sobre el tapiz bordado con el sello del Círculo, estaba ella.
    
    Helena. Pero no la Helena que todos recordaban.
    
    Ya no era la diosa semidesnuda que Lorenzo presentaba en las ceremonias pasadas, cuando la usaba como una especie de musa deforme: símbolo de la carne, del deseo reprimido y del control masculino. Esa Helena ya no existía. Se había deshecho de ella como de una piel vieja.
    
    Esta noche, Helena vestía un conjunto color marfil, de líneas limpias, inspirado en el estilo bizantino. Una falda larga que rozaba el piso, de seda gruesa, con una abertura apenas insinuada en la pierna. Una blusa cruzada, ajustada a la cintura, con mangas largas y cuello alto, rematada con bordados dorados. Nada traslúcido. Nada vulgar. Y aun así, su figura se adivinaba como un secreto bien guardado.
    
    Los ojos de los presentes no podían evitar seguir sus movimientos.
    
    Tenía el cabello suelto, ligeramente ondulado, y una corona discreta de ramas secas que le daba un aire casi sacro. Parecía una sacerdotisa de otro tiempo. Y su belleza —de por sí deslumbrante— parecía más peligrosa, porque ya no era dócil. Ya no estaba encadenada al deseo de ...
    ... otros.
    
    Estaba de pie, en silencio, con las manos sobre el atril de madera tallada. Las rodillas le temblaban.
    
    No lo demostraba, pero lo sentía. Como si la madera le ardiera. Como si todos los rostros en esa sala le apuntaran con cuchillos.
    
    Porque Lorenzo no estaba. Y ella era quien hablaba.
    
    —Esta noche —comenzó, con una voz apenas audible—, no solo nos reúne la costumbre, ni el mandato del calendario. Esta noche es un parteaguas.
    
    Algunos se acomodaron en sus asientos. Otros fruncieron el ceño. El gobernador Altamirano levantó una ceja.
    
    —El centro se ha vaciado —dijo Helena, y por un segundo la voz le tembló. Lo sintió en la garganta, en el plexo. Una punzada. Una traición de su cuerpo. Bajó los ojos.Resiste.Respira.
    
    —Lorenzo ha desaparecido. No en cuerpo, pero sí en esencia. El centro necesita sangre nueva. Una brújula más aguda. Un propósito.
    
    Murmullos. Una tos seca en el fondo. Un juez movió la cabeza, incómodo. Helena los dejó hablar. Luego volvió a alzar el rostro, y cuando lo hizo, sus ojos —esos ojos color hielo sucio que parecían no tener fondo— buscaron uno solo.
    
    Damián. Él estaba de pie a su izquierda. Vestido de negro. Sin insignias. Sin anillos. Ni una palabra dicha hasta ahora. Pero su mirada era fuego. Helena lo miró y algo en ella se alineó. Como si le cerraran una herida vieja desde dentro. El temblor en sus rodillas desapareció.
    
    —Esta noche —repitió con fuerza—, yo nombro al nuevo centro.
    
    Y entonces Damián dio un paso adelante. El ...
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