1. La mujer de mi hijo (4)


    Fecha: 15/09/2025, Categorías: Incesto Autor: Gabriel B, Fuente: TodoRelatos

    ... torneadas, lisas, bronceadas. La pollerita apenas le cubría lo justo. Si la levantaba apenas un poquito, podría ver su bombachita. La piel parecía de terciopelo. La miré después a los ojos. La pendeja era hermosa por donde se la mirara. No era solo un lindo culo con un par de piernas y tetas. Tenía esos faroles con los que podía hipnotizar a cualquiera, y esa geta de facciones preciosas, con el mentón algo puntiagudo, los labios gruesos, la nariz respingona y los pómulos sobresalientes. Como se dice ahora, tenía una belleza hegemónica. Aunque esa expresión no terminaba de hacerle justicia. Para comprender la belleza sobresaliente de Michelle, era necesario verla. Ella resaltaría incluso entre un montón de chicas hermosas.
    
    —Sí —le dije—, estoy seguro de que te vas a ver con alguien. —Luego, sin poder contenerme, agregué—: ¿Con quién?
    
    —Eso no te importa —dijo ella—. Igual, ya corté con Tobías. Así que por más que... que me coja alguien, no va a ser peor de lo que me hizo él. Porque lo de él fue mientras estábamos de novios.
    
    —Bueno —dije, cediendo un poco—. En eso tenés razón, pero... todo es muy reciente. Él todavía te considera su novia. Tiene esperanzas de recuperarte.
    
    —Si él quiere una oportunidad... tiene que trabajar por ella —dijo—. Mirá —agregó después, mostrándome la pantalla de su celular—, solo me mandó un par de mensajes.
    
    Recordé enseguida el consejo que le había dado a Tobías: que no la atosigara, que le diera espacio. Así que respondí:
    
    —Es que ...
    ... no debe querer presionarte en un momento así. Quiere darte tu espacio. Pero no tengas dudas de que te ama.
    
    —No importa —me dijo ella, volviendo a mirar por la ventanilla.
    
    Afuera, Palermo brillaba con su ritmo de siempre. Gente saliendo de los bares, risas que se perdían en la vereda, motos zigzagueando entre autos caros, bicicletas con mochilas de delivery. Era una noche húmeda, pero no sofocante. Una noche donde todo podía pasar. Y Michelle, con ese perfume tenue y dulce que ya conocía, con esa pollera como una amenaza, parecía ser parte del decorado de esa ciudad que se come vivos a los ingenuos. Y yo... yo no sabía si estaba ahí como suegro, como padre preocupado, o como un boludo que todavía fantaseaba con ella.
    
    —¿Por qué lo vas a hacer? —le pregunté entonces, ya sin dar vueltas—. ¿Con quién te vas a ver? —insistí después.
    
    —¿Para qué querés saber? —me respondió ella, con un tono seco.
    
    —Solo quiero saberlo —le dije.
    
    —Con un profesor —soltó de repente.
    
    La miré, incrédulo.
    
    —¿Y tengo que creer que con ese profesor te estuviste hablando desde hace unas horas y hoy concretaron para verse? No lo creo —le dije, sacado.
    
    —Y no… Ya hablaba con el tipo desde antes —me dijo, sin un gramo de culpa—. No importa —agregó—. Eso no es una infidelidad.
    
    —¿No lo es? —pregunté, dolido, rabioso, sin poder disimularlo.
    
    Era como si ella estuviera a punto de meterme los cuernos a mí. No sé por qué mierda sentía eso.
    
    —No quiero hablar —dijo ella, mirando para otro ...
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