1. Olimpo 4. el chico del vestuario


    Fecha: 17/09/2025, Categorías: Gays Autor: Pollinsky, Fuente: TodoRelatos

    ... el aire olía a pino, sudor y sexo. No tardé en toparme con el primer grupito: dos atletas, uno arrodillado, el otro con las manos en la nuca, la cabeza echada hacia atrás y la polla bien atendida. Más allá, un trío se turnaba para lamer y ser lamido, y un par de viejos sacerdotes se acariciaban a la sombra de un olivo, riéndose como chiquillos.
    
    Me apoyé en un tronco, disfrutando del espectáculo. Un joven me hizo una señal, invitándome a unirme. No estaba mal el chaval. Me acerqué, jugué un rato, mordí un cuello y lamí un pezón. El chico se arrodilló ante mí y, directamente, me subió la túnica y se llevó mi rabo a la boca. Lo hacía bien, pero mi mente estaba en otra parte. O mejor dicho, en otro cuerpo. El de Jacinto. Saqué mi polla de su boca y, sin decir nada, me di la vuelta y seguí andando, mientras que sentía como la saliva de aquel tío resbalaba por lo polla y mis piernas.
    
    Me alejé del bullicio y seguí el sendero hasta el lago, ese remanso de agua clara donde los más atrevidos se bañaban desnudos. Y allí estaba él. Jacinto, el príncipe espartano, emergiendo del agua como si Afrodita lo hubiera esculpido para mi deleite. El sol dibujaba destellos en su piel mojada, y su pelo oscuro caía sobre los hombros. Caminó hacia la orilla, el agua escurriéndose por su pecho, bajando por su vientre plano y resbalando entre sus muslos. Su polla, relajada pero prometedora, se balanceaba al ritmo de sus pasos.
    
    Me quedé mirándolo, sin ocultar mi deseo. Jacinto sonrió, esa ...
    ... sonrisa suya de quien sabe que puede tenerlo todo.
    
    —¿Vienes a bañarte o solo a mirar, dios del sol? —me preguntó, con descaro.
    
    —Depende de la compañía —respondí, desnudándome sin prisa, dejando que admirara mi cuerpo divino, bien dotado y reluciente.
    
    Me acerqué al lago, sintiendo la hierba fresca bajo los pies. Jacinto me esperaba, el agua cubriéndole hasta la cintura. Me lancé al agua y nadé hasta él. Nos encontramos en el centro del lago, rodeados de nenúfares y reflejos dorados.
    
    —¿No tienes miedo de que te vea alguien? —le susurré, pegando mi cuerpo al suyo.
    
    —¿Y quién no querría ver esto? —me respondió, rozando mi polla con la suya bajo el agua.
    
    Nos besamos, primero suave, luego con hambre. Mis manos recorrieron su espalda, bajaron hasta su culo, firme y redondo. Jacinto me abrazó con fuerza, sus piernas rodeando mi cintura. El agua nos envolvía, pero el calor entre nosotros era puro fuego olímpico.
    
    Lo levanté en brazos, apoyándolo contra una roca lisa. Su polla se endureció contra mi vientre. Le besé el cuello, los hombros, bajando hasta sus pezones, que jugueteé con la lengua. Jacinto jadeaba, sus dedos enredados en mi pelo.
    
    —Hazlo, Apolo. Quiero sentirte —me rogó su voz ronca de deseo.
    
    No necesitaba más invitación. Lo giré suavemente, su culo perfecto ofrecido para mí. Lo preparé con la mano, usando el agua como lubricante, y cuando estuvo listo, lo penetré despacio, disfrutando de cada centímetro. Jacinto gimió, mordiéndose el labio para no ...