Olimpo 4. el chico del vestuario - Relatos Eróticos

Olimpo 4. el chico del vestuario

... lances —le dije.

Jacinto sonrió, agarró el disco y lo lanzó con fuerza. El disco voló, cortando el aire... y, en un giro trágico que ni las Moiras habrían planeado mejor, rebotó en un poste y le dio en la cabeza. El estadio se quedó en silencio. Corrí hacia él con el corazón en un puño. Jacinto yacía en el suelo, su belleza intacta, pero la vida escapándosele entre los dedos.

Me arrodillé a su lado, lágrimas mezclándose con la sangre, el sudor y el aceite.

—No te vayas, príncipe mío —le susurré, besando sus labios aún cálidos.

Jacinto me miró, sonrió con ternura y, antes de cerrar los ojos, me susurró:

—No llores, Apolo. Hazme eterno.

De su sangre, al caer sobre la tierra, brotó una flor de un púrpura intenso: el jacinto. Los mortales lloraron, los dioses guardaron silencio, y yo, en mi dolor, besé la flor y la llevé a mi pecho.

Pero la historia no termina ahí. Porque cada vez que un atleta se desnuda bajo el sol de Delfos, cada vez que el aceite resbala por un cuerpo joven y hermoso, sé que Jacinto sigue conmigo, en cada jadeo, en cada caricia, en cada orgasmo divino o mortal. Y, por supuesto, en cada flor que lleva su nombre, recordando que hasta los dio

ses pueden amar y perder... pero nunca olvidar.