¡La Concha de mi Hermana! [09]
Fecha: 17/09/2025,
Categorías:
Incesto
Autor: Nokomi, Fuente: TodoRelatos
... buscando un ojo —o una boca— donde hincarse.
—Ay… —dijo Katia, intentando taparse con la carpeta que tenía en la mano, como si fuera un chal medieval—. Me parece que rompí la camisa.
“No. En realidad rompiste mi carrera”, pensé, sin valor para decirlo.
La auditora se aclaró la garganta. Stella sonrió, recogió el botón de su café como quien levanta un amuleto caído y dijo:
—No es la primera vez que alguien se queda en tetas en una de mis reuniones —dijo Stella, levantando su taza como si brindara por el momento.
La auditora soltó una risita breve. Incompleta. Más protocolo que diversión. No desvió la mirada de Katia ni por un segundo. Su rostro seguía tan serio como si estuviera frente a un balance en rojo. La observaba con una intensidad que me incomodaba y, a la vez, parecía clínicamente fascinada.
Katia se rió, cubriéndose las tetas con la carpeta de actas como si fuera un escudo medieval.
Yo, en cambio, me quedé petrificado.
Porque con Stella uno nunca sabe si está bromeando, pero con Silvia Daneri es peor: uno nunca sabe si está analizando tu alma.
—Ese botón no fue hecho para resistir tanta tensión —dijo de pronto, seca, como si analizara la resistencia estructural de un puente.
—Puedo buscarte una camisa de repuesto… —dije, como por reflejo, mirando cualquier punto que no fuera el canal de visión directo al escote de Katia, que seguía peligrosamente presente, vibrante, como una advertencia a mi sanidad mental.
—No hace falta, Abelito ...
... —intervino Stella, divertida—. A veces el vestuario nos recuerda que no todo en esta oficina es Excel y café.
Katia se encogió de hombros y volvió a sonreír, como si todo fuera una escena descartada de una sitcom.
La auditora la miró con seriedad quirúrgica, bajó un poco los lentes por el tabique y dijo:
—Un alfiler de ganchos común no va a aguantar. Con semejante busto, se necesita algo más resistente.
Y volvió a tomar su té.
Yo me hundí en mi silla. Sentía que acababan de convertir mi jornada laboral en un sketch sin libreto. Y lo peor es que yo no era ni el protagonista ni el que hacía reír: yo era el tipo al que nadie le avisa que está en cámara.
Me prometí mentalmente que jamás volvería a confiar en una camisa mal planchada, un clip de oficina o una sonrisa de Katia.
Y Stella… Stella simplemente cruzó las piernas, satisfecha, como si todo estuviera saliendo exactamente como lo había planeado.
* * *
—Y encima te sacaste la camisa —dije, sin rodeos. Lo solté como quien lanza una piedra al agua esperando ver hasta dónde llegan las ondas.
Katia me miró de reojo.
—Tenía que ponerme el alfiler. No quería pincharme una teta, Abel.
—Podías ir al baño. O a otro lado.
—¿Y salir de la sala con la camisa abierta? ¿Caminar por toda la oficina así? Imaginate el escándalo. Me iban a mirar todos como si me hubiera escapado de una porno barata.
Me quedé en silencio. En mi cabeza, la imagen era tan absurda como convincente.
Suspiré.
—Bien. ...