1. Todo comenzó con un beso 7


    Fecha: 17/09/2025, Categorías: Incesto Autor: Mandarina, Fuente: TodoRelatos

    ... chillido, y se volviera loco. Quería que bajara. Que me viera. Que le diera un puñetazo a Mateo. Que me gritara, que me dijera puta, que me agarrara de los pelos, que me cogiera él también ahí mismo, en la sala, mientras el otro miraba. Quería caos. Quería fuego. Quería guerra.
    
    Mateo agarró fuerza. Me tiró del cabello, me echó un escupitajo en la espalda baja, me manoseó las nalgas como si fueran suyas. Yo gemía sin parar, con la cara contra el sofá y las piernas temblando.
    
    Y fue ahí, en esa posición, cuando dejé de fingir. Porque su verga rozó justo donde tenía que hacerlo. Porque mis piernas se abrieron más. Porque yo me empujé hacia atrás para recibirlo más profundo. Porque la rabia y la excitación me partieron en dos.
    
    —¡Me vengo, me vengo! —grité, temblando—. ¡No pares, no pares, no pares, no pares!
    
    Y entonces exploté. Me corrí con violencia, con espasmos, con la garganta abierta y el alma rota. El cuerpo me temblaba entero. Me dejé caer, pero Mateo me sostuvo por las caderas y siguió dándome con más fuerza, buscándose el suyo.
    
    Mientras me venía, pensé en Sebastián. Pensé en él escuchando, solo, mordiendo su orgullo. Y sonreí. Llorando y sonriendo al mismo tiempo.
    
    Una hora después, mi cuerpo ya no respondía igual. Tenía los muslos entumidos, la garganta seca de tanto gritar, el coño al rojo vivo, hinchado, temblando con cada embestida. Y aun así, Mateo seguía. No sé qué carajos se había metido o qué demonios lo poseía, pero no paraba. No me daba ...
    ... tregua. Era como si quisiera demostrar algo. Como si necesitara marcarme. Como si me estuviera usando también. Y yo lo dejaba.
    
    Primero me agarró de las piernas y me levantó, haciéndome sentarme encima de él, pero no de frente. No. Me puso de espaldas. Una reverse cowgirl directa al infierno. Yo me empalaba sola, bajando lento, sintiendo cómo su verga me partía en dos con cada centímetro que me tragaba. Mis tetas rebotaban con cada subida, mi cabello me tapaba la cara, y él, debajo, gruñía como bestia mientras me manoseaba el culo, separándome las nalgas para verme toda.
    
    Yo me movía con fuerza, cabalgándolo sin ritmo pero con hambre, sintiendo cómo mi cuerpo se rendía de nuevo, cómo mi clítoris rozaba contra su pelvis y me hacía chillar. Sudaba como cerda. Jadeaba como perra. No podía más, pero no pensaba detenerme. No mientras pudiera estar montada así, abierta, gritando, dejando que toda la casa se enterara de que me la estaban cogiendo de verdad.
    
    Después de varios minutos, me bajó y me empujó contra el piso. Ni tiempo me dio de respirar. Me levantó una pierna y me la puso sobre su hombro. La otra quedó estirada. Me la metió de lado, de una, como si fuera suya. La verga entró con más presión, más dura, más profunda. Me hizo ver estrellas. El ángulo me rompía entera, me abría los labios de una forma que me hacía gemir de verdad, sin actuación.
    
    —Estás hecha mierda —me dijo jadeando, con la voz ronca.
    
    —Y tú estás loco —le solté entre gemidos, sintiendo cómo su pelvis ...