1. Todo comenzó con un beso 7


    Fecha: 17/09/2025, Categorías: Incesto Autor: Mandarina, Fuente: TodoRelatos

    ... golpeaba la mía una y otra vez, más adentro, más rápido, sin descanso. Mi piel chocando con la suya hacía un ruido húmedo, pegajoso, sucio. Le envolví la espalda con la pierna libre y le mordí el hombro. Él gemía, yo gritaba. Estábamos en guerra. Y a mí me encantaba perderla.
    
    Y cuando pensé que ya había terminado, me levantó en brazos. Como si nada. Como si no pesara, como si no estuviera hecha polvo. Me apoyó contra la pared, me subió las dos piernas a la cintura y me la metió ahí mismo, empujando con todo, con el cuerpo, con las manos, con el alma.
    
    Me estaba follando en vertical. De pie. Como en una porno barata.
    
    Mis uñas le rasgaban la espalda mientras su verga entraba como pistón, rompiéndome la entrada, partiéndome el alma. Yo gritaba como loca, con la cabeza apoyada contra el yeso, sudada, agotada, pero tan viva que dolía. Me corrí otra vez. No lo busqué. Solo pasó. Me vino como ola, me mojó entera, me temblaron los brazos, las piernas, el pecho, todo. Y él siguió. Impulsado. Salvaje.
    
    Yo ya ni sabía dónde estaba. Si seguía en la sala, si era de noche o de madrugada, si Sebastián escuchaba o había salido. Me daba igual. Mi mente era un torbellino. Solo sabía que tenía una verga dentro, y que esa verga me estaba destrozando dulcemente. Me hacía olvidar mi nombre. Me hacía olvidar que esto era una venganza. Me hacía ...
    ... olvidar todo… por un segundo.
    
    Porque en cuanto cerraba los ojos, lo recordaba.
    
    Sebastián.
    
    Y eso me incendiaba de nuevo.
    
    Mateo gruñía, me mordía el cuello, me jalaba el cabello, me decía cosas sucias al oído. Y yo, lejos de resistirme, lo animaba. Lo retaba. Le decía que no podía con todo, que necesitaba más. Que me cogiera como si no hubiera mañana.
    
    Y él lo hacía.
    
    Seguía como si fuera la primera vez. Yo ya no tenía fuerzas, pero mi cuerpo se movía igual. Me montaba en automático. Cada posición me rompía distinta. Me dejaba sin aire, sin ideas, sin voz. Ya no sabía si gemía, si gritaba o si lloraba. Solo sentía. Y eso bastaba.
    
    Porque ahí, colgada entre sus brazos, con las piernas rodeándolo y la verga entrando hasta lo más profundo, sentí algo distinto. No placer. No orgasmo.
    
    Poder.
    
    El poder de saber que mientras él me cogía como si fuera suya, yo seguía pensando en otro. Que lo usaba. Que cada empujón suyo era un mensaje cifrado que yo le enviaba a mi hermano. Que cada gemido, cada chillido, era una provocación directa al corazón de Sebastián.
    
    Y si estaba escuchando… si de verdad estaba ahí arriba, despierto, con los puños cerrados y la verga dura sin saber qué hacer con todo ese deseo contenido… entonces valía la pena.
    
    Cada embestida. Cada gota de sudor. Cada gramo de dolor.
    
    Valía la pena.
    
    Continuará… 
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