1. Una madrastra insaciable (17)


    Fecha: 14/10/2025, Categorías: Incesto Autor: Gabriel B, Fuente: TodoRelatos

    ... aunque me llenen de caricias o de palabras sucias, hay algo en mí que espera más. Que espera… recibir placer. Y en eso no me fallaron ninguno de los dos.
    
    Me recuesto un segundo en el sillón. Miro el techo. Vuelvo a respirar hondo. Enciendo la tele, pero enseguida dejo de prestar atención a lo que estoy viendo. Solo pienso en mi vida arruinada. En el hecho de que tarde o temprano me tengo que ir de ahí. Porque, por más que Ricardo no se entere de lo que pasó, ellos dos van a estar muy tentados de volver a tenerme, y eso solo puede llevar al desastre.
    
    El tiempo pasa rápido y lento a la vez. Estoy en la cocina, removiendo distraída una olla con arroz. No tengo hambre, pero me gusta cocinar. Es como si concentrarme en el olor del ajo, en el sonido del agua hirviendo, en el vapor que empaña la ventana, me ayudara a poner la mente en blanco. En los momentos de soledad como estos, me gusta escuchar música. Pero hoy no lo hago. Solo escucho el rumor del fuego, y el golpeteo suave de la cuchara contra el borde del teflón.
    
    Pienso en qué carajos hago acá, cocinando para ellos, como si fuera su sirvienta. Como si no fui lo suficientemente servil en la noche. Pero es solo un sentimiento pasajero. Cocino porque quiero. Es que de repente me agarra una bronca que necesita ser canalizada en cualquier lado. Bronca, sí. Aunque no va dirigida a nadie en particular, ni siquiera a mí.
    
    Escucho pasos bajando la escalera. Me tenso. Miro el reloj: doce y cuarto. Me acomodo el pelo detrás ...
    ... de la oreja, como si fuera una adolescente que se va a cruzar con el chico que le gusta. Y eso que ni siquiera sé cuál de los dos es. Hay una parte de mí que siente ganas de rendirse, de someterse a las hermosas pijas de esos pendejos, pero sé que esa es la parte de mí que debo combatir, al menos en este momento.
    
    —Hola —dice Matías desde el umbral.
    
    Me doy vuelta. Está apoyado en el marco, con una sonrisa canchera, de esas que a veces me hacen detestarlo y otras veces me hacen temblar. Me doy cuenta de que está marcando los músculos de sus brazos para lucirse. Me mira las piernas, después las tetas. No disimula. No hay malicia en su mirada, pero sí un hambre descarada. Y no puedo culparlo. Le permití hacerme demasiadas cosas como para ser tan ingenua de esperar que no me vea así.
    
    Le sostengo la mirada, pero no le devuelvo la sonrisa.
    
    —Avisale a tu hermano que baje a comer —le digo.
    
    —¿Ya está? Qué bueno. Me muero de hambre. Quedé liquidado de ayer y me dormí todo. Así que no desayuné.
    
    Esa alusión a la maratón sexual me hace temblar las piernas. Espero que no lo note.
    
    —En diez minutos —le digo.
    
    Se queda un instante mirándome, como si quisiera decirme algo —algo que seguramente no quiero escuchar—. Pero al final se da vuelta y se va. Escucho sus pasos subiendo de nuevo. Me quedo sola. Abro la heladera. Saco la jarra de agua. El frío me pega en la cara. Me quedo ahí, mirando. No sé por qué. Un paquete de frutillas abierto. Yogures que nadie bebe. Un limón ...
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