Martín y Antonio regresan con ganas de más
Fecha: 14/10/2025,
Categorías:
Hetero
Autor: AntonioSPA, Fuente: TodoRelatos
Recomiendo leer antes los relatos “Martín el camionero da de comer a madre y a hija” y “Martín y Antonio se follan a una madre y a su hija”
Laura y Marta se vestían con torpeza, precipitadamente, las manos temblorosas mientras recogían prendas del suelo mugriento de aquella habitación de motel. El aire olía a sudor y a semen, a cansancio, a algo que ninguna quería nombrar. Laura, con el ceño fruncido y la voz tensa, susurró entre dientes:
—Date prisa… volverán. Y no sé si podría con otra ronda.
Marta la miró fugazmente, intentando esbozar una sonrisa que se quebró antes de nacer.
—Fueron… un poco brutos, ¿no? —murmuró, como si un tono ligero pudiera aliviar la presión en su pecho. Pero sus ojos, aún húmedos, delataban otra cosa: agotamiento, confusión, miedo quizá.
Laura no podía quitarse de la cabeza el momento en que Antonio la cubrió por completo, con su cuerpo grande y sudado, dejándole sentir el calor de esa panza cervecera que se le apoyaba en el vientre como una losa. Aún notaba en la boca el regusto fuerte, casi metálico, de aquel hombre descomunal, que la había usado sin pedir permiso, con la determinación de quien no folla, sino que se alivia dentro de una mujer como quien se echa un trago largo de vino peleón.
Había algo sucio en aquel recuerdo. Pero también algo peligrosamente excitante. Porque en su brutalidad había una certeza: ella había sido deseada. Tomada. Y eso, por retorcido que sonara, también la estremecía.
Madre e hija compartían ...
... más que una habitación; compartían el peso de una experiencia que les había dejado una mezcla amarga de deseo y derrota, de sentimientos contradictorios. Laura evitaba mirarla directamente. Cada botón que cerraba parecía un intento de reconstruirse, de cubrir no solo su cuerpo, sino también la vergüenza, el desconcierto, la fragilidad. Afuera, unas carcajadas masculinas resonaron a lo lejos, cada vez más próximas, y ambas se congelaron.
Laura rompió el silencio con una voz seca, firme, casi de madre cabreada más que de mujer tocada por dentro.
—Mañana, lo primero que hacemos es ir a por la pastilla —dijo sin mirarla, mientras se subía las bragas con un gesto brusco—. Y después, al centro de salud. Que nos miren bien. ETS, lo que sea. No me voy a quedar con la duda, ni pienso dejar que un pichabrava de barba blanca le haya dejado a mi hija un regalito. A pelo, encima... manda huevos.
Marta tragó saliva y asintió muy despacio, con la cara todavía encendida, la mirada húmeda, sin saber si de rabia o de vergüenza.
—Mamá...
—Nada de “mamá” —cortó Laura, más con cansancio que con dureza—. No me mires así. Lo que ha pasado… pasado está. Pero que no se te olvide: lo uno no quita lo otro. Por muy bueno que te haya parecido el polvo con ese viejo y su colega, yo no pienso jugármela. Y tú tampoco. ¿Me oyes?
Su hija asintió otra vez, más niña que nunca, más adulta que nunca. El silencio volvió, pero esta vez más espeso, como si cada palabra dicha hubiera soltado una losa. ...