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Ayuda entre hermanas (8)
Fecha: 18/10/2025, Categorías: Incesto Autor: PerseoRelatos, Fuente: TodoRelatos
... me subió por las mejillas. El tiempo perdió sentido. Cuando nos separamos, respiró hondo. —Podemos ir despacio —dijo. —O podemos ir rápido —dije. Reímos, y eso rompió el hielo de una forma perfecta. Pasamos a la sala, donde había un colchón extendido y una manta que olía a lavanda. Nos sentamos. Me besó de nuevo, esta vez más largo, y su mano se deslizó sobre mi muslo. Yo temblaba, pero no de miedo, sino de adrenalina. Gerardo fue quitándome la ropa con paciencia: primero la camiseta, luego los jeans, luego la ropa interior. Su mirada no era de hambre, era más de admiración. Sentí los pezones endurecerse al aire, y quise taparme, pero él negó con la cabeza. —Eres preciosa —dijo, y no sonó cliché para mí, aunque quizá sí para el resto del mundo. Yo lo desnudé también. Primero la sudadera, luego la playera, después el pantalón. Cuando me topé con el bulto bajo el bóxer, me puse tensa. Recordé la foto. Recordé la conversación con mamá y Diana. No era sólo que fuera grande; era que parecía una fuerza de la naturaleza, un tronco de carne roja y caliente, y el hecho de que estuviera tan cerca de mí, tan real, me estremeció. No quise quedar como una tonta, así que le besé el cuello, el pecho, bajé hasta la cintura, hasta el bóxer. Se lo bajé y el pene saltó, erecto, venoso, vivo. Dudé un segundo, pero Gerardo me tocó la mejilla y, con una ternura rara, me dijo: —No tienes que hacerlo si no quieres. —Quiero —dije. Y lo tomé con la mano, ...
... sorprendiéndome de lo tibio y suave que era. Lo moví despacio, sintiendo el peso, la textura. Después, movida no sé por qué profundo y recóndito impulso acerqué mi boca. Sentí el sabor salado, la textura tibia, el aroma intenso a hombre. Lo metí sólo un poco, luego retrocedí, y de nuevo, como si aprendiera a besar otra boca. Nos quedamos así un rato, yo dándole placer, él suspirando y acariciando mi cabeza. Al final me detuve, porque el deseo me reventaba por dentro. —Quiero hacerlo contigo —dije, apenas en un hilo de voz. Gerardo asintió, se puso de pie, rebuscó en un cajón y sacó un condón arrugado de un paquete casi vacío. Se lo puso con dificultad, enrollando la goma sobre la longitud absurda de su pene. Luego se acostó junto a mí, me besó y me acarició de nuevo. Sentí su mano bajar por mi muslo, abrirme las piernas, prepararme. —¿Lista? No respondí. Me limité a abrir más las piernas, esperando que eso bastara como respuesta. La entrada fue lenta. El glande apenas rozó los labios vaginales, y ya sentí el calor, la presión, la ansiedad de lo desconocido. Empujó un poco más, apenas milímetros. El dolor fue sordo, difuso, una mezcla de ardor y presión. Quise decir que parara, pero no pude. Era dolor, sí, pero también era una urgencia brutal por sentirlo dentro. Avanzó otro poco, luego retrocedió. Repitió el movimiento varias veces, como si la meta fuera dejarme acostumbrar antes de llenarme por completo. Al tercer o cuarto intento, el glande entró del todo, ...