1. Urgencias domésticas: setenta y húmeda


    Fecha: 01/11/2025, Categorías: Sexo con Maduras Autor: Lucas 2304, Fuente: TodoRelatos

    ... mejor es simplemente... dejarse llevar.
    
    Nuestros ojos se encontraron, y sentí esa chispa eléctrica que no había experimentado en años. Era joven, era guapo, y estaba claramente confundido por la atracción que pulsaba entre nosotros.
    
    —Será mejor que vuelva al trabajo —dijo, apartando la mirada—. Esta reparación no se va a hacer sola.
    
    —Por supuesto —sonreí—. Estaré aquí arriba si necesitas... cualquier cosa.
    
    Lo vi bajar las escaleras otra vez, notando cómo evitó mirarme directamente. «Perfecto», pensé. «Está interesado pero luchando contra ello. Esos son los más divertidos».
    
    Pasé la siguiente hora preparando mi estrategia como un general planificando la batalla más importante de su carrera militar. Primero, me duché con esa agua que seguía saliendo fría como el hielo, pero que a mí me daba igual porque tenía el cuerpo ardiendo solo de pensar en las posibilidades. Me puse mi vestido azul favorito —uno que realzaba mis ojos y se pegaba a mis curvas exactamente donde tenía que pegarse— y que no me había puesto desde la última cena con un caballero de Hamburgo hace dos años.
    
    Luego me maquillé con el esmero de una actriz preparándose para el papel de su vida: lo suficiente para parecer natural pero resaltando esas facciones que aún funcionaban a las mil maravillas. Me puse hasta perfume en sitios estratégicos —muñecas, cuello, ese huequito entre los pechos que sabía que iba a quedar perfectamente enmarcado con el escote—. Y mientras me miraba al espejo, sentí esa ...
    ... cosquilla en el estómago que no tenía desde los tiempos de la universidad.
    
    «Ida Schwarzmüller», me dije al espejo, «tienes setenta años, pero sigues siendo una mujer deseable. Es hora de recordárselo a ese chico».
    
    Preparé una bandeja con sándwiches, más cerveza, y frutas frescas. La excusa perfecta para volver a bajar al sótano.
    
    —¿Tomeu? —llamé desde las escaleras—. Te he traído algo de comer.
    
    —No hacía falta —gritó desde abajo—, pero gracias.
    
    Bajé con cuidado, balanceando la bandeja y asegurándome de que cada paso mostrara mis piernas bajo el vestido. Cuando llegué abajo, lo encontré inclinado sobre una caja de herramientas, completamente absorto en su trabajo.
    
    —Tienes que alimentarte —dije, colocando la bandeja en una mesa improvisada—. Un hombre que trabaja tan... duro necesita recuperar energías.
    
    Se enderezó, secándose las manos en un trapo, y me miró con esa expresión que mezclaba gratitud y confusión.
    
    —Eres muy amable, Ida.
    
    El uso de mi nombre sin «señora» me envió una pequeña descarga de satisfacción. Progreso.
    
    —¿Amable? —reí—. Cariño, llevo setenta años perfeccionando el arte de cuidar a los hombres. Es puro instinto maternal.
    
    «Mentira», pensé. «No hay nada maternal en lo que sientes por este chico».
    
    Nos sentamos en un banco de trabajo improvisado, compartiendo la comida en una intimidad que el espacio reducido hacía inevitable. Cada vez que se inclinaba para alcanzar algo, nuestras rodillas se rozaban. Cada vez que yo me movía, mi ...
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