LNE (3). Unicornios en modo combate - Relatos Eróticos

LNE (3). Unicornios en modo combate

... posición fetal, murmurando “hibristofilia, hibristofilia” cual conjuro blasfemo. Roberto, el abogado laboralista, llamaba a su despacho para preguntar si aquello podía calificar como accidente laboral sudando a mares. Arturo, padre de gemelos y electricista maullaba como un gato y trataba de atrapar su propia cola invisible.

César se acercó a Inés, que les miraba con algo muy parecido al desprecio, y le susurró:

—¿Qué ha pasado aquí?

—Creo que vamos a renombrar el taller como Eyaculacion Espontánea. Es tu vida. Bienvenido.

***

Horas después, ya sin niños ni mochilas, Inés y César caminaban juntos hacia sus coches. El sol bajaba con esa luz que hacía ver mejor las cosas. O peor.

—¿Tú cómo haces para que no te importe hacer el ridículo? —preguntó Inés, sin mirarlo.

—Me importa. Pero ya no tengo energía para fingir que no soy como soy.

—Eso suena como una excusa sofisticada para la torpeza emocional.

—Lo es. Y funciona. Oye, tengo la nevera vacía y es tarde para ir al supermercado. ¿Te apetece salir a cenar algo?

Inés se detuvo.

—César, ¿por qué insistes conmigo? Está claro que hay algo entre Marian y tú, y Marisa está claro que saldría contigo aunque le escupieses su bizcocho orgánico. ¿Te aburres tanto que necesitas una vida complicada? —preguntó, sin ironía.

César dudó. Luego respondió:

—Porque contigo me dan ganas de intentar hacer las cosas bien. Incluso si me salen mal.

Ella lo miró. No dijo nada. Pero se quedó quieta un momento ...

... más. Luego le palmeó el hombro con algo parecido al afecto.

—Pues qué lástima que midas uno setenta y cuatro. No ceno con hombres bajitos.

—¿Otra vez eso? Estoy en el promedio para mi generación.

—Es broma. Te verías como uno setenta y seis, si no te encorvaras tanto.

—Gracias. Lo apuntaré en mi perfil de citas. Ahora que el circo se ha ido de la ciudad, apenas me quedan mujeres enanas que seducir. A ver si así abro el campo.

***

Domingo por la mañana. El sol era amable, como si supiera que algunos adultos llevaban la resaca emocional del festival escolar como una mochila invisible. En el parque del lago, el césped estaba fresco, las familias comenzaban a desplegar mantas y los niños corrían como si no existieran las leyes del cansancio.

César llegó con gafas de sol y una sudadera demasiado juvenil para alguien que peinaba canas estratégicamente camufladas. Sergio corría con una espada de gomaespuma, ya sudado en los primeros seis minutos.

—¡Papá, voy a cazar dragones!

—¡Empieza por los de los bancos de cemento! Son los más peligrosos —respondió César, mientras buscaba con la mirada a Marian.

Ella estaba sentada sobre una manta color mostaza, con una botella de agua y un libro de tapas gruesas que probablemente no había tenido tiempo de abrir desde hacía tres años.

—¡Hola! —saludó, agitando la mano con un entusiasmo de vendedor de colchones.

—Hola. Te traje una empanada de calabaza. Vegana. La he hecho yo —dijo Marian, sonriendo. Su voz ...