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Mi hermano, yo y un verano fabuloso
Fecha: 13/11/2025, Categorías: Incesto Autor: Jegac, Fuente: CuentoRelatos
... sobre el asiento y sobre la alfombra. Apreté como pude los dientes, mi vientre dio varios golpes convulsos hacia adelante, pensé en que había que poner solución de una vez por todas a mi virginidad. Imaginé que me poseían yo que sé que hipotéticos hombres y volví a mojarme. Un olor acre, penetrante, subía de mi entrepierna y de mi mano hacia mi nariz. Temí que mis padres lo notaran y cejé en mi empeño. Oh! Qué caliente me sentía! Pero también empecé a sentirme sucia. Mis pegajosos dedos me repugnaban. Tenía ganas de llegar a casa y lavarme. Confiando en que mi hermano Albert, que se había ido hacia el chalet el día antes, no ocupase el baño horas y horas, como solía hacer él. Albert tenía 19 años y yo 18. Era un chaval algo fantasma, pero he de reconocer que supo aunar lo mejor de mi padre y de mi madre. Era de aquellos chicos que hacen que nosotras nos giremos al verles pasar. No me habría importado nada, si no fuese mi hermano y me lo pidiese, ser novia suya… Llegamos por fin a casa. No había nadie. Tal como me habían comentado mis padres durante el viaje, ellos continuaban ruta para ver a una antigua asistenta nuestra, que, enferma y cuidada por su hermana, vivían unos pueblos más arriba. Ellos no regresarían hasta la tarde-noche y, por tanto, me dieron dinero para comer. (Yo ya sabía dónde debía hacerlo). Me dirigí rauda al baño. Encendí el termo y llené el bidet de agua y un poco de jabón líquido. Me despojé de mi falda y mis braguitas y sumergí mis ...
... tesoros en él. Pensé en Albert y las orgías costeras que él y sus amigos comentaban y empecé a frotarme. Me vi rodeada de hombres, todos me tocaban y me acariciaban, de pronto, todos quisieron poseerme, introduje mis dedos en mi sexo, acaricié una vez más mi clítoris y empecé a jadear. Miré a mi alrededor y pensé que alguno de ellos debía de poseerme por detrás. Vi el redondo mango de la escobilla del W.C., la mano se me fue, llena de jabón, tras ella. La froté a todo lo largo, levanté mi culito del bidet y empecé, lenta, pero frenéticamente a sentarme encima de ella. Iba penetrando en mi culito, centímetro tras centímetro. Ya casi no quedaba nada más que el cepillo fuera de mí. Yo jadeaba, casi chillaba de placer con los dedos de mi mano derecha dentro de mi sexo y con la izquierda empujando por detrás. Volví una vez a mojarme. Notaba como la musculatura de mi esfínter vibraba. Me dolía, pero bien sabe dios que me gustaba. Volví a emitir unos pequeños grititos que me impidieron oír como se abría la puerta de casa. Instantes después, tuve justo el tiempo de oír la voz de mi hermano como mascullaba: “Hostia, cómo me meo!” y la puerta del baño se abrió de par en par. Quisiera haberme fundido, que la tierra se hubiera abierto a mis pies, desaparecer del mapa. No se me ocurrió idea más peregrina que la de sentarme de inmediato en el bidet para ocultar mi vergüenza y, lo único que logré fue exhibir mi ridículo perfil. Mi culo, como un tonto florero, dejaba entrever una escobilla ...