1. El círculo. Cap.37. La calma que es guerra


    Fecha: 20/11/2025, Categorías: Infidelidad Autor: Ixchel Diaz M, Fuente: TodoRelatos

    ... le temblaban, pero la voz se le mantuvo intacta.
    
    —A mí me importa el país, Abril.
    
    —No —respondió ella, sin dudar—. A ti no te interesa el país. Solo ganarte a ti mismo.
    
    El silencio que siguió fue brutal.
    
    Damián bajó la mirada por primera vez. Se frotó la cara con ambas manos. Quiso decir algo, pero no encontró el tono. Lo único que se le ocurrió fue un susurro cargado de todo lo que nunca supo pedir.
    
    —¿Tú... todavía me quieres?
    
    Abril lo miró fijo. Muy fijo. Como si intentara decidir si valía la pena responder. No dijo nada. Solo desvió la mirada. Y se llevó la mano al vientre. Un gesto mínimo, pero no invisible.
    
    Damián lo notó. Claro que lo notó. No dijo nada, pero lo vio todo. El peso nuevo en sus caderas. La pausa más larga al respirar. La piel distinta. La forma en que su cuerpo intentaba esconder lo que ya no podía.
    
    Volvió a erguirse. Recogió el saco del respaldo de una silla. Y entonces, la voz le salió más baja, más quebrada. Casi niño.
    
    —Tú me metiste a este infierno, Abril... Y ahora me dejas arder solo.
    
    Ella cerró el cuaderno sin mirarlo. Muy despacio.
    
    —No te estoy dejando —murmuró, apenas audible—. Solo ya no voy a apagar tus incendios.
    
    Damián asintió. No con la cabeza, sino con la tristeza que le nubló los ojos.
    
    Salió sin mirar atrás. Cerró la puerta igual que al llegar: con cuidado. Como si ella aún durmiera ahí dentro. Como si algo pudiera romperse.
    
    La oficina quedó en silencio. Solo Abril respiraba. Profundo. Con ...
    ... esfuerzo. Como si contuviera dos corazones.
    
    __
    
    Mediodía. Salón central del Centro Cultural del México Contemporáneo, Cuauhtémoc, CDMX.
    
    El sol se filtraba por los vitrales antiguos, derramando una luz dorada que rebotaba sobre las columnas de cantera y las sillas apretadas, ocupadas por reporteros, camarógrafos, y operadores políticos de todas las cepas. Había ruido de flashes, murmullo contenido, transpiración de ansiedad. Algo grande iba a ocurrir. Todos lo sabían. Nadie lo decía.
    
    Valeria llegó puntual. No necesitó música. Ni porra. Ni slogan chillón.
    
    Entró caminando despacio por el pasillo central, escoltada por dos mujeres —una abogada afromexicana y una activista trans— que no se presentaron, no hablaron, solo irradiaban fuerza. Valeria avanzó como si ya hubiera ganado. Con un vestido lila que abrazaba su cuerpo con una elegancia calculada. Tacones bajos. Cabello recogido en un moño deshecho, labios malva, piel luminosa. Su figura tenía algo nuevo: una redondez leve, sutil. No era evidente, pero estaba ahí. Como una promesa, como un arma.
    
    Se subió al templete con la serenidad de quien domina el aire que respira. Saludó con una inclinación mínima de cabeza. Tomó el micrófono. Y sonrió. Lo demás, fue arte.
    
    —Gracias por estar aquí. Gracias por no temerle a la nueva ciudad que se viene. Mi nombre es Valeria. Y hoy vengo a decirles algo que a muchos les incomoda: las mujeres ya no vamos a pedir permiso.
    
    Hubo un aplauso espontáneo, contenido. Ella lo ...
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