1. Un día de lluvia, rayos y truenos


    Fecha: 08/12/2025, Categorías: Incesto Autor: Kiko, Fuente: CuentoRelatos

    Estaba en el monte. Hacía frío. El cielo estaba cubierto de nubes negras cargadas de lluvia. Le lancé un palo a mi perro para que fuera a buscarlo. Lo cogió. Volvía con él en la boca cuando se cruzó en su camino mi prima Elisa. El perro, un pastor alemán, dejó el palo a sus pies, la miró y le dio al rabo. Elisa le acarició la cabeza y siguió su camino.
    
    Mi prima Elisa y yo nos criáramos juntos y fuimos inseparables hasta que un día de Reyes se rompió la relación uña y carne. Fue por culpa de una muñeca de trapo con cara de cartón (la hiciera la madre que era costurera) que le regalaran a ella y una pistola de agua que me regalaran a mí. Estaba mi prima con la muñeca en brazos, cuando le dije:
    
    -Hay que lavarle la cara para que sea más bonita.
    
    Vacié mi pistola de agua en la cara de la muñeca. Al rato la muñeca estaba desgraciada, mi prima llorando y yo sin pistola.
    
    Elisa lo tomó tan a pecho que me cortó el habla, o eso pensé por aquel entonces… Muchos años después, Elisa, era una joven guapísima, muy morena, alta cómo un pino y delgada cómo un palillo, de ojos azules y cabello de color negro azabache que recogía en dos trenzas.
    
    Eran las seis de la tarde de un martes del mes de diciembre. Vestía Elisa su viejo vestido con rayas verticales rojas y negras que le daba por debajo de las rodillas y calzaba sus zapatones de encargo, que llevaba con unos calcetines rojos cuando se levantó un viento muy fuerte. Se le subió la falda y le vi las piernas y las bragas ...
    ... blancas. Elisa, sin soltar el saco que llevaba en la mano para llenar de piñas, bajó el vestido, se agachó, juntó las rodillas, abrió las piernas y con una mano detrás y la otra delante lo apretaba contra ella. Se arrimó de espaldas a un pino, y con las dos manos sobre la pelvis, las rodillas juntas y las piernas abiertas, me dijo:
    
    -¡¿Qué miras?!
    
    -Te miro a ti.
    
    No sé si fue por dirigirme la palabra o por el viento, pero estaba cabreada.
    
    -¡¿Y qué coño ves?!
    
    Rompí a reír, y después le dije:
    
    -No, el coño no te lo vi.
    
    Si pudiera soltar el vestido me mordía en la cabeza. Sus ojos parecían los de una loca. Me dijo:
    
    -¡Cabrón!
    
    -Cabrón… Hombre que está casado con una mujer que le es infiel, especialmente si consiente en el adulterio… No estoy casado, no soy un cabrón.
    
    Me seguía echando unas miradas que mataban.
    
    -Ya salió el estudiado. ¡Si supieras cómo te odio! ¡¡Vete!!
    
    -Me voy, pero tú debías salir de debajo del pino, con el viento que sopla te puede caer una piña en la cabeza.
    
    Comenzó a llover con ganas. Corrí hacia la casa de la Meiga, mi perro me siguió y Elisa corrió detrás de él.
    
    La casa de la Meiga (bruja) era una casa abandonada donde viviera una mujer que tenía docenas de gatos negros, por eso le llamaban la Meiga (había muerto hacía un par de meses). Tenía un solo hueco, sin revestir, en que estaba la lareira (cocina de piedra), el comedor, que lo formaba una mesa y dos banquetas, una cama que tenía una cobertura hecha de pieles de conejo y ...
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