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Antonio el camionero y su hija Valeria (II)
Fecha: 14/12/2025, Categorías: Incesto Autor: AntonioSPA, Fuente: TodoRelatos
... aplastándolo en su mano. —¡Ah! ¡Joder, papá! ¡Eres un bruto! —gimió Valeria, el dolor y la excitación haciendo su voz aguda. Era él, en su esencia más primaria, sin filtros, reaccionando a la provocación—. ¡Para, animal! ¡Me vas a arrancar el pezón! ¡No puedes ser más bestia! Pero Antonio no paró de inmediato. La mordida se intensificó por un segundo más, el apretón en su pecho era un puño de carne y vello, una respuesta a su tortura lenta. Sólo cuando Valeria se retorció con una mezcla de queja y algo más cercano a un gemido de placer, Antonio aflojó la mordida y soltó su pezón, aunque su mano siguió aferrada a su pecho, apretándolo con posesividad. Sus ojos, ahora abiertos, la miraban con un brillo lascivo, victorioso. —Ya ves, nena. Este viejo todavía tiene cuerda para dar guerra —murmuró, la voz ronca, antes de que su cabeza cayera de nuevo contra el respaldo del sofá, dolorido por el esfuerzo, pero con una sonrisa torcida de satisfacción. —Si te jode tanto la espalda… relájate y déjame hacer —le susurró, clavándole la mirada mientras empezaba a cabalgarlo más rápido. La carne contra carne sonaba húmeda, rítmica, indecente. La polla de Antonio, enterrada hasta lo más hondo de su hija, parecía no tener fin. Valeria rebotaba sobre él con energía, sujetándose de sus hombros anchos mientras el sofá chirriaba bajo el peso de ambos cuerpos. —¡La madre que te parió! —rugió Antonio, cerrando un ojo del dolor y abriendo el otro por el gusto—. ¡Me estás ...
... reventando las lumbares, niña! Pero no pares… no pares, que si me muero, quiero que me velen así. Valeria lo miró, con el pelo revuelto, las mejillas rojas y el sudor bajándole por el canalillo. —Pues aguanta, burro. Que aún no he terminado contigo. Le apretó los pezones con los dedos y siguió moviéndose, más brusca, con ganas de hacerlo hablar, de hacerlo rendirse. Y Antonio… gruñía, maldecía, sujetaba sus caderas como si su vida dependiera de aquello. —Duele, joder, pero… ¡Qué gustazo, coño! ¡Esta sí es una cura buena! ¡Ni ibuprofeno ni hostias! Valeria cambió el ritmo, clavando los ojos en los de su padre mientras empezaba a moverse con movimientos lentos y ondulantes, como si marcara el compás de una canción que sólo ella escuchaba. La pelvis dibujaba círculos suaves, profundos, sabiendo bien dónde apretar, dónde rozar, cómo hacerlo sufrir lo justo para que lo gozara. Antonio tenía las manos aferradas a los muslos de ella, los dedos hundiéndose en su piel como si necesitara anclarse para no desmoronarse. Los ojos semicerrados, la boca entreabierta, y un gemido ronco escapándole del pecho cada vez que ella descendía hasta el fondo y el glande de él parecía querer atravesarle el útero. Los pechos de Valeria se balanceaban al ritmo del vaivén, firmes, tentadores, mientras su cuerpo se entregaba por completo a ese momento. Sentía el calor entre sus piernas crecer a cada roce, a cada presión, como si su propio sexo reconociera y celebrara la brutalidad de aquel ...