1. El ácido come sin mirar qué


    Fecha: 17/12/2025, Categorías: Grandes Relatos, Autor: suruminga, Fuente: CuentoRelatos

    ... hacen ustedes”.
    
    Y una vez más se cumplió el sabio dicho popular “El hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras”. Relacionar el cuento del infatuado con el frasco de perfume, que uso poco, en el tacho de basura y la algo dificultosa forma de encontrar comodidad al sentarse de mi señora fue sencillo. Todo esto me convenció que el matrimonio había entrado en fase terminal y solo me quedaba darle fin, previa venganza.
    
    Estábamos tomando un café, las dos parejas en un patio de comida, algo muy frecuente cuando salíamos a estirar las piernas y entretenernos en algún centro de compra. Que mi mujer se levantara para ir al baño y Enrique lo hiciera para atender una llamada a nadie le tendría que llamar la atención, menos a mí, que estaba pendiente de ambos, pues era seguro que, cebados como estaban, algo intentarían.
    
    Y así fue, él, luego de dar unas vueltas caminando entre las mesas, y cuando mi esposa ya no estaba a la vista, enfiló en la dirección que ella había seguido. Esperé un lapso prudencial, dándoles tiempo de empezar la acción, y me levanté.
    
    – “Patricia, amiga querida, necesito de vos un favor enorme, y es que me permitas abandonarte por cinco minutos”.
    
    – “Seguro, andá tranquilo”.
    
    A paso rápido me dirigí a la zona de los baños entrando primero en el de hombres, viendo que todos los cubículos estaban vacíos; entonces fui al de mujeres donde había uno con la puerta cerrada. Aguzando el oído se podían escuchar algunos ruidos y quejidos ...
    ... moderados, que si bien no me sorprendieron, si desataron la bronca lógica al imaginar de quienes provenían, cosa que confirmé al agacharme y ver primero el talón de zapatos de hombre y detrás los conocidos de mi mujer, o sea, se la estaba dando de atrás.
    
    Poco me duró la parálisis generada por el odio, miré alrededor buscando algo que me facilitara la venganza y encontré cuatro cosas que se adaptaban a mi deseo. Un atomizador de alcohol diluido, toallas de papel y un secador de piso al lado del caballete que se usa para indicar que el local se está limpiando.
    
    Saqué el indicador de precaución para no ser interrumpido, al secador lo usé para trabar la puerta del reservado ocupado y, parándome en el inodoro de al lado volqué sobre los apasionados amantes el alcohol para después tirarles encima tres toallas encendidas. Tener encendedor en ese momento es lo único que me reconcilia con mi vicio de fumador.
    
    Cuando escuché los gritos y el forcejeo, intentando abrir la puerta trabada, salí, fui hasta la barra donde pagué la consumición de la mesa y regresé junto a Patricia a quien le pedí disculpas por la demora, los cinco minutos pedidos se habían transformado en siete. Departimos unos instantes más hasta que vimos correr gente hacia la zona de los baños.
    
    – “A qué se deberán esas corridas”.
    
    – “Seguramente nos vamos a enterar por algún chismoso que hará correr la voz de lo sucedido con el natural agregado de inventos propios”.
    
    En eso pasaron dos señoras que venían del sector ...
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