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Un viaje para olvidar VII El juego en el bosque
Fecha: 24/12/2025, Categorías: Gays Autor: Thiago Luis da Silva, Fuente: TodoRelatos
Un viaje para olvidar VII El juego en el bosque Los cuatro —Alex, Raúl, César y yo— empezamos a caminar por el bosque, siguiendo un sendero apenas marcado entre los pinos altos y el suelo cubierto de agujas secas. El aire era fresco, pero el sol calentaba lo suficiente como para que estar desnudos, salvo por las botas y los calcetines, fuera más que cómodo. Mis pasos resonaban en el silencio del bosque, pero mi cabeza estaba en otra parte. Intentaba atar cabos, conectar los puntos de todo lo que había pasado: la criatura de la luna llena, los comentarios crípticos de Raúl sobre su “pandilla”, la figura que creí ver en el sótano, y ahora César, apareciendo de la nada como si supiera exactamente dónde encontrarnos. Algo no encajaba, pero no lograba ponerle nombre. Mientras tanto, Alex iba delante, charlando animadamente con Raúl y César. Los tres reían, sus voces resonando entre los árboles, hablando de cosas que no alcanzaba a escuchar del todo. Alex estaba en su salsa, con esa energía suya que parecía no agotarse nunca, gesticulando y soltando alguna broma que hacía reír a los otros dos. Yo los seguía un par de pasos atrás, con las manos en las correas de mi mochila, observando. Entonces, mis ojos se fijaron en algo que llevaba César en la mano: un objeto alargado, de silicona negra, con una forma que no dejaba mucho a la imaginación. Un consolador. Fruncí el ceño y, sin pensarlo mucho, pregunté: —Oye, César, ¿qué es eso que llevas? César y Raúl se miraron, y ...
... luego César soltó una risa baja, como si la pregunta fuera obvia. —Es un consolador, Carlos. Para un juego que haremos más tarde. Solo el ganador y el perdedor lo recibirán en el ojete —dijo, con un tono tan casual que casi parecía estar hablando del tiempo. Raúl asintió, con una sonrisa torcida. —Es una tradición por aquí. Ya verás, es divertido. Alex se giró hacia mí, con los ojos brillantes de emoción. —¡Joder, eso suena a nuestra onda! —dijo, dándole un codazo a César, claramente excitado por la idea. Su polla, que ya estaba medio tiesa, dio un pequeño salto, y los tres se rieron de nuevo. Yo forcé una sonrisa, pero por dentro seguía intranquilo. No era solo el consolador o el “juego”. Era la forma en que Raúl y César parecían saber más de lo que decían, como si hubiera un plan en marcha del que Alex y yo solo conocíamos una parte. Seguimos caminando, el sendero serpenteando entre los árboles, hasta que llegamos a una vieja casa de piedra destartalada, medio oculta por la vegetación. Las paredes estaban cubiertas de musgo, las ventanas rotas, y el tejado parecía a punto de derrumbarse. Había algo en ese lugar que ponía los pelos de punta, como si guardara secretos que no quería que nadie descubriera. Raúl se detuvo frente a la casa y se giró hacia nosotros. —Voy a buscar al resto de los míos —dijo, con esa voz grave que siempre parecía esconder algo—. Quedaos aquí, no tardaré. Se metió en la casa, dejando la puerta entreabierta, y el eco de sus pasos resonó ...