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Mamá pornoniñera
Fecha: 30/12/2025, Categorías: No Consentido Autor: elquefolla, Fuente: TodoRelatos
... desde la noche anterior, empezó a arreglarse sin rechistar, y, al entrar su marido en el cuarto donde ella se estaba vistiendo, la dijo: ·¡Arréglate bien, como si fueras a una boda! ¡No querrás que don Braulio y su mujer saquen una mala imagen nuestra! ¡Ya sabes que todo se valora para dar un puesto de responsabilidad en el mundo de la empresa! Pues bien, eran casi las ocho y media de la tarde cuando salieron Dioni y su mujer de casa. Mientras él iba vestido con traje y corbata, Rosa llevaba un vestido clásico de manga larga, con algo de escote y falda por debajo de la rodilla; medias de seda y zapatos de tacón, acompañados por un abrigo largo y un bolsito de marca reconocida, todo de color negro. No había encontrado un vestido sin algo de escote y que la cubriera más sin provocar excesivas quejas de su marido, así que eligió uno que utilizó el año anterior en el funeral de un viejo vecino. No quería provocar más la libido del lascivo retrasado. No dudaba que la habían entregado para que se prostituyera a favor de su egoísta familia, pero intentaría salir airosa, con la virtud a salvo y con el objetivo cumplido del pisito en la playa. Llegaron, por supuesto, quince minutos antes y estuvieron esperando dentro del coche hasta más allá de las nueve y media cuando don Braulio se dignó a salir del portal. Se reunieron con él un Dioni impúdicamente arrastrado y una Rosa callada y asustada, causando ésta una muy grata visión al viejo que la desnudaba y se la comía con ...
... los ojos, provocando que la mujer, avergonzada, se mirara reiteradamente el vestido por si se había roto dejándola las tetas al descubierto. Subieron los tres en ascensor y solo le faltaba a Dioni hacer genuflexiones de tanto que adulaba a su jefe, mientras éste, sin hacer el menor caso a su subordinado, no dejaba de babear, mirando lascivo las tetas a una callada Rosa de rostro colorado de vergüenza. ·No hace falta que vengas a buscarla, yo mismo la llevaré en coche a su casa, y no hay más que hablar. Fue lo único que dijo don Braulio al detenerse el ascensor, acallando el flujo descontrolado de palabras de Dioni “el alfombrilla”. Abriendo el viejo la puerta de su vivienda, el matrimonio le siguió por la casa, viendo el cuarto de baño, la cocina y el salón, donde allí estaba el niño, un niño de veintitantos años y más de cien kilos de peso, que, tumbado más que sentado sobre el sofá, miraba fijamente y sin pestañear una enorme televisión encendida que ocupaba casi una pared del salón. Estaba viendo un programa de dibujos animados donde salía un conejo y un pato. Aunque el padre le anunció la llegada de los dos visitantes con un “¡Mira, Raulito, quien ha venido a hacerte compañía!”, el chaval pasó olímpicamente, como si no le hubiera escuchado, y solo levantó los ojos cuando Rosa apareció por el marco de la puerta. Una sonrisa perversa cruzó su rostro al verla, obviando también el saludo patéticamente alegre del arrastrado de Dioni, “¡Hola, Raulito!”, y solo ...