1. LA TARDE AQUELLA EN QUE QUEBRÓ MI HOMBRÍA


    Fecha: 15/08/2017, Categorías: Gays Autor: Anónimo, Fuente: SexoSinTabues

    La historia sucedió, hace algunos años, en una hermosa ciudad de la meseta castellana cuyo nombre no hace al caso. Habíamos ido allí mi mujer y yo para pasar unos días con sus padres. Desde Madrid, donde residía, se había desplazado también un hijo nuestro para ver a los abuelos y estar con todos el fin de semana. Era domingo al atardecer. Mi hijo tenía que regresar a Madrid y le acompañé a la estación de ferrocarril dando un paseo. Cuando partió su tren, desaparecieron, como por encanto, las gentes que poco antes paseaban el vestíbulo y llenaban el andén, quedando la estación casi desierta. Tenía que regresar a casa a pie, así que aproveché para aliviar mi vejiga y entré en los lavabos. Estaban también vacíos. Me dirigí al mingitorio más alejado de la entrada, de una hilera de seis o siete adosados a la pared. Apenas me había situado, cuando entró en los servicios un señor de respetable apariencia que había visto instantes antes en uno de los bancos del vestíbulo cercano a los aseos. A pesar de estar libres todos los sanitarios más próximos a la entrada, el buen hombre vino a situarse en el contiguo al mío. No existía entre los recipientes mampara o pantalla alguna que protegiera la intimidad de los usuarios y, a menos que me hubiera pegado completamente al urinario, lo que resultaba hartamente incómodo, hacía difícil dejar mi masculinidad al abrigo de sus miradas. Me llegó enseguida el sonido metálico de la cremallera al deslizarse por su pantalón, y con el rabillo del ...
    ... ojo pude observar cómo, separado de su urinario de forma calculada, dejaba sus atributos a mi vista. Enseguida comenzó a jugar con su pene, todavía flácido, masajeándolo suavemente con sus dedos, mientras volvía la cabeza hacia mí, primero con gestos que parecían reflejos, y luego con descaro y sin ningún pudor, tratando de ver mis genitales. Intenté ocultarme a sus miradas lascivas, pero, carentes los vasos de pantallas separadoras y no teniendo yo la condición de invisible, nada le impidió tenerme en su punto de mira. Su actitud curiosa y su insistente provocación lograron ponerme nervioso, y decidí encararle con la intención de que entendiera que sus miradas me estaban incomodando y que se equivocaba, si pensaba que yo iba a participar de sus juegos. Fue en el momento de girarme cuando llegué a ver lo que con tanto interés intentaba mostrarme: el tamaño más que generoso de su pene que, reaccionando a sus estímulos, había empezado a despertar. Frisaba yo cincuenta años y él rondaría los setenta. En los años en que practiqué deporte colectivo era normal vestirse, desnudarse y ducharse a la vista de los compañeros, antes y después de los partidos, y estaba acostumbrado a ver toda clase de miembros viriles: largos y cortos; grandes, medianos y pequeños; gordos y delgados; sin embargo, como el de aquel señor nunca había visto ninguno. No sé si me impresionó más su longitud o su grosor, porque era, al tiempo, largo y grueso. Su contemplación produjo tal impacto en mí que no pude ...
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