1. LA TARDE AQUELLA EN QUE QUEBRÓ MI HOMBRÍA


    Fecha: 15/08/2017, Categorías: Gays Autor: Anónimo, Fuente: SexoSinTabues

    ... reprimir una exclamación, no sé si de admiración o de sorpresa. Él aprovechó mi gesto para preguntarme si nunca había visto un pene; yo le respondí, medio avergonzado, que sí, que algunos había visto, pero que como aquel ninguno. Mi respuesta me perdió. Me pareció que él la esperaba, porque, con una sonrisa entre amable y pícara, me dijo que aquel lugar no era el más apropiado, pero que, si quería vérselo con tranquilidad y en toda su potencia, podríamos ir a su casa, que estaba cerca y vivía solo. Me quedé perplejo, sin saber qué contestar ni cómo reaccionar. Pasaron unos segundos sin que yo abriera la boca, así que él insistió en su propuesta. No puedo saber si fue la curiosidad o fue el asombro, acaso las dos cosas, lo que me llevó a seguir sus deseos. Yo no tenía prisa porque mi mujer había salido con sus padres y habíamos quedado en que volverían tarde a casa, así que, salimos del servicio, abandonamos la estación y subimos a su casa que, como me había dicho, estaba a la otra parte de la calle. Era un apartamento acogedor, coqueto y bien ordenado, muy en consonancia con el porte distinguido y el aspecto aseado de aquel hombre. Mediaba el verano y hacía bastante calor. Hay algunas tardes de julio en Castilla que tienen poco que envidiar a las tardes asfixiantes de las tierras manchegas, de donde procedíamos. Me condujo al salón y, para aliviar los calores y romper la tensión del momento, se ocupó en sacar unas cervezas casi heladas. Vestíamos los dos pantalón corto. ...
    ... Apelando al calor, me pidió permiso para quitarse la camisa y me animó a que hiciera yo lo mismo. Para su edad, me pareció un hombre bastante atractivo, a quien seguramente no harían ascos la mayoría de las mujeres de su generación o, incluso, de generación más joven. Era de mediana estatura; conservaba aún una buena mata de pelo, todo blanco y ligeramente ondulado; su piel mostraba la tersura de un hombre de menor edad, y su cara y su torso desnudo lucían un excelente color tostado. Su espalda era ancha; fuertes y rectos sus hombros; y bajo una ligera y ensortijada capa de vello, cual finas hebras de algodón, destacaba la armónica contundencia de sus pectorales; con todo, lo que más resaltaba en él era la mirada limpia de sus ojos claros. Yo me había sentado en uno de los extremos del sofá despojado de mi camisa; él abrió las cervezas y vino a sentarse junto a mí, tan cerca que se rozaban nuestras pieles húmedas del sudor. Vaciamos en las copas las cervezas y brindamos: “por nuestro encuentro”, dijo, y haciendo un movimiento que me pareció espontáneo y creí amistoso, rodeó mi cuello con su brazo, dejándolo descansar en mi hombro, mientras su cuerpo buscaba el contacto con el mío. No me era posible separarme de él, dada mi proximidad a la orilla del sofá. Aquella postura continuada me azaró y, aunque trataba de disimular, me podían los nervios; apenas sabía qué hacer ni qué decir, y en ese momento me arrepentí de haber aceptado su invitación. Él afrontaba la situación con total ...
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