1. LA TARDE AQUELLA EN QUE QUEBRÓ MI HOMBRÍA


    Fecha: 15/08/2017, Categorías: Gays Autor: Anónimo, Fuente: SexoSinTabues

    ... naturalidad. Dominaba la escena con la habilidad propia de un experto. Me fue fácil deducir, por ello, que no era la primera vez que se veía en aquel trance. Se interesó por mi procedencia, mi estado, mi familia y por los motivos que me habían llevado a aquella ciudad. Quiso indagar, después, sobre mis gustos sexuales y me preguntó si había tenido alguna vez relaciones homosexuales. Le respondí, como era la verdad, que no y que nunca había estado en mi ánimo tenerlas. Él me confesó que no se había casado, pero que había tenido sexo con muchas mujeres hasta que un día, a los cuarenta y tantos, se cruzó en su camino un hombre que le llevó a experimentar sensaciones muy diferentes, pero sumamente placenteras; así que, desde entonces, me confesó, había descartado las relaciones sexuales con mujeres y, cuando sentía necesidad de sexo, buscaba el contacto con otros hombres. Mientras me hablaba y trataba de explicarme las delicias y los goces de las prácticas homosexuales, sus dedos comenzaron a acariciarme, distraída y suavemente, el pelo, el cuello, la nuca, las orejas… Por entonces llevaba tiempo mi mujer con sus problemas menopáusicos y tenía totalmente perdido el deseo por el sexo. Yo, en cambio, que vivía en la más pura abstinencia por obligación, me moría de ganas. Habían pasado ya varias semanas desde nuestra última relación amorosa. Puede que fuera el calor de aquella tarde o el deseo irrefrenable que venía soportando día a día lo que hizo que las palabras de aquel ...
    ... hombre, el contacto con su piel y sus provocadas y estudiadas caricias avivasen, de repente, dentro de mí unas ganas enormes de liberación. Me convenció su voz cálida, su conversación reposada, la sinceridad de sus palabras, la aseveración de que iba a experimentar sensaciones que seguramente hasta entonces no habría vivido y, sobre todo, la promesa de que no haría nada que yo no quisiera. Decididamente, me liberé de prejuicios, dejé a un lado mis demonios y, sin oponer resistencia, me abandoné a sus palabras y a las delicadas caricias de sus manos, con la esperanza de gozar las glorias que prometía. Él, que había intuido mi rendición, siguió ejerciendo, paciente y sin prisas, de maestro de ceremonias. Me animó a despojarme del pantalón y pidió que me tendiera boca arriba en el sofá; se arrodilló sobre un cojín en el suelo y, como si practicara un rito litúrgico, comenzó a recorrer lentamente mi torso desnudo con sus labios y su lengua; exploró la húmeda oquedad de mis axilas, y mordisqueó luego con suavidad mis pezones, hasta ponerlos enhiestos. Mientras su boca me recorría y yo sentía abrirse al gozo cada uno de los poros de mi cuerpo, deslizó con destreza sus dedos bajo mis bóxers, jugueteó unos segundos con el vello de mi pubis, y continuó su búsqueda profunda hasta atrapar con su mano mi sexo erecto. Liberó mis genitales de la presión del calzoncillo; buscó, enseguida, mis ingles, y las mordisqueó pausadamente con sus labios; se paró, luego, en mis testículos, besándolos ...