1. Ari: Prisionero de Mi Piel XVI


    Fecha: 04/11/2025, Categorías: Transexuales Tus Relatos Autor: EntreLineas, Fuente: Relatos-Eroticos-Club-X

    ... hijo no está bien…
    Jordan (mirándola con frialdad, apenas girando la cabeza): —Su hijo, hija querrá decir suegrita.
    Y sin más, subía las escaleras, cerraba la puerta tras de sí y el mismo ritual se repetía: la cama crujiendo, los suspiros, los gemidos de Ari, cada vez más intensos, más desesperados, como si con cada encuentro se hundiera un poco más en un abismo del que no quería —ni podía— salir.
    Jordan se había vuelto un dios en ese cuarto. Un gigante que dominaba Ari en todo: el tiempo, el cuerpo y hasta la respiración de Ari. Él marcaba el ritmo, él imponía el deseo, él decidía cuándo empezar y cuándo terminar. Ari, aunque al inicio intentaba resistirse con palabras de negación, al final siempre cedía, más rápido, más débil, más rendido que la vez anterior.
    Ari (jadeando, entre lágrimas y placer): —No… Jordan… no más… mi mamá escucha…
    Jordan (apretando su rostro, con voz grave): —Mírame… olvida a tu madre. Aquí, solo existimos tú y yo.
    Y Ari obedecía, como un reflejo inevitable.
    Los días que Jordan no aparecía eran un tormento. Ari se quedaba mirando el techo, incapaz de concentrarse en su trabajo, sintiendo un vacío insoportable en el pecho y en el cuerpo. Intentaba engañarse, diciéndose que era mejor así, que podía recuperar su vida, pero apenas sonaba un mensaje en el celular con el nombre de Jordan, todo se derrumbaba. Saltaba de la cama, corría a bañarse, se ponía la ropa que sabía que le gustaba a él, preparaba la mesa como si esperara a un esposo que ...
    ... volvía del trabajo.
    La madre lo veía desde la puerta, en silencio, con el alma rota. Veía cómo su hijo se arreglaba, cómo cocinaba con ilusión, cómo miraba el reloj con impaciencia. Ya no quedaba rastro del joven trabajador que había criado; en su lugar había alguien que vivía solo para la llegada de ese hombre.
    Jordan aprovechaba esa rendición total. Le pedía dinero sin miramientos, usaba la tarjeta como si fuera propia, y hasta traía a veces olor a perfume ajeno en la ropa. Ari lo notaba, lo sabía, pero callaba. Y cuando intentaba reprochar algo, Jordan lo silenciaba de la manera más contundente: con sus manos grandes sujetándolo, con sus besos dominantes, con esa fuerza que lo hacía sentirse diminuto e indefenso.
    Ari (intentando reclamar, con voz temblorosa): —Jordan… ¿en quién gastas mi dinero? Yo… yo sé que no soy la única…
    Jordan (sonriendo con burla, apretando su cintura): — Cuando estás conmigo, ¿acaso dudas de lo que eres para mí?
    Y Ari se desarmaba, bajaba la mirada, incapaz de sostenerle la voz. En esos momentos comprendía lo que tanto lo atormentaba: era un contador exitoso, alguien con futuro, mayor que él… pero frente a Jordan no era nada más que un cuerpo rendido, un corazón encadenado, un suspiro que se apagaba y se encendía al ritmo de su dueño.
    Las noches eran aún peores para la madre. En la penumbra del pasillo, escuchaba cómo su hijo gemía, cómo su voz se quebraba entre placer y llanto, cómo cada lamento parecía pedir ayuda y, al mismo tiempo, pedir más. ...
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