1. A sus órdenes


    Fecha: 15/12/2025, Categorías: Sexo con Maduras Tus Relatos Autor: David, Fuente: Relatos-Eroticos-Club-X

    ... jefa, todo en orden”, respondí, ignorándola. Más tarde, en la pausa para el café, oí a un compañero murmurar: “La chuchilla ha estado contando que perdiste un archivo ayer. Cuidado con ella”. La miré desde lejos: su culo gordo apretado en la falda, balanceándose mientras charlaba con otra lameculos. Me dio asco su hipocresía.
    Otro día, en una reunión de equipo, defendí a un compañero nuevo al que la jefa estaba machacando por un error menor. “No es justo, ha sido un fallo del sistema, no suyo”, dije, sin intimidarme. La jefa frunció el ceño, y María José intervino enseguida: “Bueno, Fede, pero hay que asumir responsabilidades, ¿no? Yo siempre digo que hay que ser proactivos”. Su voz era puro veneno envuelto en azúcar. Sus pechos subían y bajaban con cada palabra, las venas azules destacando en esa piel lechosa. La odié más en ese momento. Después, en el pasillo, me crucé con ella sola. “No te conviene contradecir a la jefa, Fede”, me dijo en voz baja, con esa sonrisa falsa. “Solo intento ayudar”. “Ayudar a joder a los demás, querrás decir”, le solté, y seguí caminando. Ella se quedó allí, con su vientre abultado y su culo prominente, probablemente planeando cómo contárselo todo.
    Pero entonces, todo cambió de golpe. Fue un viernes por la tarde. La supervisora fue despedida repentinamente por ineficiencia; al parecer, la dirección había estado investigando sus errores acumulados, y la pillaron en varios fraudes menores con gastos. La oficina era un caos de rumores. Yo no me ...
    ... lo esperaba, pero el lunes siguiente, me llamaron al despacho del director. “Fede, has demostrado liderazgo y honestidad. Queremos que tomes el puesto de supervisor”. Acepté, atónito. De repente, era el jefe del equipo, incluyendo a María José.
    Al principio, traté de no hacer distinciones. A pesar de lo que me había hecho, no quería ser vengativo. En las primeras reuniones, la traté como a los demás: asignando tareas equitativas, pidiendo informes sin favoritismos. Pero ella cambió radicalmente. De la noche a la mañana, se convirtió en la sumisa perfecta. “Fede, ¿necesitas algo? Estoy aquí para lo que haga falta”, me decía cada mañana, con esa voz melosa, ajustándose las gafas y inclinándose un poco para que su canalillo blanco asomara. Su pelo canoso brillaba bajo las luces fluorescentes, y su cuerpo curvilíneo parecía más accesible ahora que era “mi” empleada. Los compañeros lo notaban: “Ahora eres tú el que tiene a la chuchilla lamiéndote las botas”, bromeaban.
    Una semana después, en mi nuevo despacho, entró con unos papeles. “Fede, he revisado los informes por ti. Cualquier cosa que necesites, dímelo. Haré lo que haga falta”. Su énfasis en “lo que haga falta” fue sutil, pero noté cómo se mordía el labio inferior, su vientre abultado rozando el borde de mi escritorio. Ignoré la insinuación, pero algo en mí se removió; era la venganza perfecta, verla arrastrarse.
    Las insinuaciones fueron in crescendo. Otro día, en la sala de descanso, sola conmigo: “Fede, eres un jefe ...