1. El síndrome del oso panda (7)


    Fecha: 07/05/2019, Categorías: Sexo en Grupo Autor: Vero_y_Dany, Fuente: xHamster

    ... lo más natural del mundo, o no lo hubiera visto.Sandra me había visto llegar también, y compuso una sonrisa maliciosa. Luego salió del agua, secándose someramente con una de las grandes toallas dispuestas sobre una tumbona. Vero la imitó rápidamente. A pesar de mi falta de reacción, evitaba mirarme a los ojos. Y Jorge al fin se decidió a ponerse en pie y venir en nuestra dirección, con su pene enhiesto precediéndole.—Ya creíamos que estabas pisando la uva… ¡Jajajaja! —bromeó Sandra—. ¿Qué estabas haciendo?—Registrar tu cocina, no sabía dónde teníais la cubeta —repliqué mientras abría la botella y servía las copas.Sandra tomó una, y se sentó despatarrada en una de las tumbonas, mostrando el sexo sin pudor alguno, al parecer. Advertí que era la primera vez que le veía, lo que resultaba curioso, porque la que se suponía que tenía costumbre de enseñarle era ella, pero había sido Vero quién le había mostrado profusamente hasta aquel momento.—Dentro de un rato tendremos que comenzar a pensar en hacer la comida —dijo Jorge—, pero aún queda tiempo…Se dirigió hacia su mujer, y dejó la copa en el suelo. La tomó por las corvas, tirando en su dirección. Sandra separó los muslos más aún, y el hombre se arrodilló ante la tumbona, e inclinó la cabeza hacia el sexo de su mujer.Era como una película porno, (otra, que ya había visto una hacía unos instantes en la que Vero era “actriz invitada”) pero en vivo: Jorge había separado los labios mayores con las manos, y estaba lamiendo la vulva ...
    ... arriba y abajo. Después comenzó a mover rápidamente la punta de la lengua, acariciándole el clítoris. Sandra no podía estarse quieta: se estrujaba los pechos con los ojos cerrados, y sus nalgas habían abandonado el asiento, elevando el monte de Venus hacia la boca de su marido.Me volví a mirar a Vero, que había quedado detrás de mí: sus pezones parecían a punto de reventar de puro enhiestos, y las aréolas también se veían inflamadas. Sus mejillas tenían “ese” rubor que no es indicativo de vergüenza, sino de excitación, rubor que se extendía hacia la parte superior del pecho. Los brazos cruzados, apretados contra el vientre y, probablemente sin ser consciente de ello, su pubis se movía ligera y acompasadamente adelante y atrás.Le sonreí, y le hice el gesto con el dedo índice que significa “ven aquí”. Me puse detrás de ella, con mi erección bien arrimada a sus nalgas. Una mano se me fue a sus pechos, mientras que introduje la otra entre sus piernas, por delante. Comencé a acariciar su vulva con la palma de la mano abierta. Vero echó la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados, y sus rápidos jadeos se hicieron audibles. Le mordí el lóbulo de una oreja.—¿Te apetece imitarles? —le pregunte en un susurro.Sin esperar su respuesta, la empujé suavemente hacia la segunda tumbona, colocada en paralelo a la que servía de lecho improvisado a la otra pareja, y separada de ella por no más de medio metro.Me quedé mirando a mi mujer, tendida con los muslos ligeramente separados, mostrando su ...
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