1. El día que sucedió todo


    Fecha: 19/05/2019, Categorías: Voyerismo Autor: Havelass, Fuente: CuentoRelatos

    Era Braulio un hombre cuadragenario con una salud privilegiada al que su profesión como médico le satisfacía, pues ya desde muy joven, quizá influido por su padre, también médico, había decidido que eso es lo que quería ser, y realizó todos los estudios necesarios para ejercer tal profesión. Se casó Braulio, recién acabada la carrera, con una profesora suya, de nombre Brígida, que contaba casi veinte años más que él, de la cual se había enamorado: tal romance dio mucho que hablar en la cafetería de la Facultad durante las horas de aburrimiento, entre parciales y parciales: que si Brígida tenía más clase y estilo que Braulio, que si Braulio estaba enamorando a Brígida para poder aprobar; que si Brígida, con tantos pretendientes, lo dejaría a la mínima ocasión... Lo cierto es que Brígida, ni tenía tanta clase y estilo ni solía dar demasiados suspensos ni gozaba de tantos pretendientes, sino que más bien era una mujer apocada, muy vapuleada por sucesivos desastres amorosos, que pensaba que a pesar de tener una bonita cara y un tipito agraciado nunca encontraría al hombre que la hiciera feliz; hasta que conoció a Braulio.
    
    Éste, un día que la abordó por uno de los pasillos, la convenció para pasar al despacho de ella y hacerle comprender que habían nacido el uno para el otro, a base de polvos; y no fue sencillo, no porque Brígida no fuese mujer ardiente, que sí lo era, sino porque a Braulio las energías parecían abandonarle con tanto trajín de despacho y estudio; a veces, ...
    ... quiso abandonar, dimitir de la conquista, pero algo en su interior le conducía sin género de dudas hacia esa hembra. El tiempo que pasaban juntos en aquella habitación llena de libros, papeles y algún ordenador, lo dedicaban a follar: Brígida se desnudaba, asentaba su trasero sobre el escritorio, entretanto que Braulio se bajaba los pantalones, los slips, para, luego, taladrarle el chocho mientras le sobaba sus tiernas tetas y roía sus labios con finos dientes de zorro; Brígida se corría de gusto; él, de emoción. Había días en que practicaban sexo oral: se acostaban sobre la moqueta, adoptaban la clásica figura del 69, de vez en cuando 96, e iban recorriendo con sus bocas y lenguas las partes más sensibles de sus anatomías hasta quedar los dos saciados, con sus jetas mojadas de los propios fluidos que rezumaban. Era un no parar, pero los estudios de Braulio acabaron y con ellos sus informales voluptuosidades: ahora eran un matrimonio con hijos mayores de edad.
    
    El día que sucedió todo, Brígida, que seguía desempeñando su labor docente en la Facultad, se había tenido que quedar en cama aquejada de fuertes dolores. "Braulio, cariño", pidió Brígida con débil voz viendo a su marido ajustándose la corbata frente al espejo que estaba colgado encima de la cómoda, "no te olvides cuando vuelvas de traerme una cajita de Targin, es lo único que calma mis dolores"; "Sí, cariño, te la traeré", dijo Braulio acercándose a la cama para besar los resecos labios de su esposa. En los últimos ...
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