1. El día que sucedió todo


    Fecha: 19/05/2019, Categorías: Voyerismo Autor: Havelass, Fuente: CuentoRelatos

    ... tiempos, la adicción de Brígida por compuestos farmacéuticos con morfina había ido en aumento: Brígida los tomaba y quedaba profundamente sedada; cuando ambos se ponían y tenían sexo, por las noches, a Braulio le parecía estar follando con una muñeca esmirriada que, sí, le daba placer, pero sin gusto. ¡Qué distinta esta Brígida actual con aquella que conoció! Ella conservaba el mismo tipito que anteriormente le había seducido; no obstante el paso de los años lo había ajado: sus pechos caían sobre su vientre, su cara se la veía arrugada, sus caderas se habían estrechado, su trasero era gelatinoso al tacto; tan solo su pubis y el interior de sus muslos no habían variado, y en estos tenía que concentrar su vista para eyacular; en ellos o en sus recuerdos, tanto pasados como presentes: como aquella vez, hace años, que se fue de putas con sus colegas colegiados, en la que una caribeña de piel morena y aterciopelada después de mamarle la polla con hambre se subió a horcajadas y lo cabalgó balanceando sus gruesas tetas por encima de su nariz hasta hacer que vertiera su semen en el depósito del preservativo que antes le había puesto con sumo cuidado; o el de hace pocas semanas, en que vio al descuido a su vecina del chalet de al lado, tan joven y bonita, tomar el sol desnuda en la hamaca junto a la piscina: ella se había quedado dormida, con las piernas en uve, y desde el seto que separaba las dos propiedades había podido disfrutar de la vista de un coño sin depilar, cuyo vello ...
    ... rizado se extendía hasta unos centímetros más abajo del ombligo; también de la visión en escorzo de sus redondos pechos cuyos pezones marcados caían hacia ambos costados de su cuerpo; sí, de aquella vez, y de la paja que se hizo, de pie, como un colegial que descubriese por primera vez bajo el chorro de la tibia ducha que aquella manivela que le sobresalía en sus bajos servía para algo más que mear.
    
    Braulio llegó al domicilio donde estaba su consultorio privado a eso de las nueve de la mañana, y, tras dejar su coche en el parking subterráneo del edificio, tomó el ascensor; se apeó en la segunda planta, caminó unos pasos, durante los cuales tuvo la ocasión de intercambiar saludos con otros que tenían despachos en la misma planta, en especial con aquel abogado tan cursi y afeminado que le tiraba los tejos a las claras, alimentando su autoestima, y empujó la puerta entornada de su consulta. "Buenos días, señor Braulio", oyó que le decían desde la derecha. Era la auxiliar que había contratado, con un contrato basura, por supuesto, la que le saludaba. Montserrat era su nombre; una chica joven, algo obesa, de pelo rubio rizado, así lo debía tener también en su entrepierna, pensaba Braulio, que llevaba unas gafas anchas, con cristal como de fondo de botella, lo que hacía resaltar el verdor de sus ojos, y que bajo su camisa siempre mal abrochada debía tener unos senos rollizos, pues, cada vez que se inclinaba sobre el mostrador para atender, éstos se posaban con gravidez sobre la ...
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