1. La mujer casada y el horrible viejo de administración


    Fecha: 26/05/2019, Categorías: Infidelidad Autor: Katherine35, Fuente: SexoSinTabues

    Mauro, mi esposo, tenía ya 34 años y yo tenía 26. Teníamos dos hijos (el mayor de 6 años y la pequeña, de unos cuantos meses). Nuestra vida sexual no era gran cosa, ya que Mauro no gustaba de hacerlo más de unas dos veces por semana, el acto no tardaba más de unos diez minutos y apenas eyaculaba, se quedaba dormido. Corría la primavera del año pasado, cuando en la compañía donde Mauro trabajaba, lo enviaron a inspeccionar una planta agroindustrial, ubicada en una ciudad provinciana, de una apartada región de la costa. Me sentía cansada y aburrida de la rutinaria vida que llevaba, así que para cambiar de ambiente, decidí acompañarlo, llevando a la pequeña, a quien daba de mamar. Mi hijo mayor se quedo con mi suegra. Al fin y al cabo, estaría de vuelta en un par de semanas. Nos hospedamos en un hotelito modesto, no por falta de dinero, sino por falta de alojamiento adecuado. Era un sitio sin lujos ni mayores comodidades, atendido por un administrador, que desde el primer momento me disgustó. Era un hombre bastante obeso, velludo, calvo y maloliente, con aspecto sucio. Tendría unos 55 años y me daba asco nada más verlo. Siempre vestía casi igual, en camiseta sin mangas o con una camisa que no se sabía si era gris o beige, abierta a la altura del ombligo, porque ya no le cerraba. En su pecho mostraba una mata de vello canoso, que me repugnaba. Los pantalones estaban remendados y sucios y por detrás de la cintura le asomaban sus calzoncillos, que en su día habrían sido blancos. ...
    ... Usaba siempre unas sandalias y su calva estaba provista de algún poco pelo, canoamarillento. Era un individuo repelente y descuidado, que desde el primer momento, me miraba con insistencia, sin importarle si mi marido estaba presente. Lo que creí sería interesante, se fue transformando en un período de mortal aburrimiento. Mi esposo me dejaba sola durante largas horas y no había en aquel pueblo lugar alguno donde entretenerme. Como dije, era primavera y mi cuerpo estaba lleno de sensaciones y deseos, que yo solo podía satisfacer, a medias, mediante la masturbación. Mauro salía muy temprano y regresaba hasta altas horas de la noche, muy cansado. Por tanto, el sexo entre nosotros era casi imposible. Una tarde, después de comer, regresé a mi habitación. La niña se había dormido y yo, abrumada por el infernal calor de la costa, abrí la ventana para respirar un poco de aire. Me acosté en la cama y poco a poco, comencé a frotarme el clítoris. En pocos momentos, estaba ya embarcada en una furiosa masturbación. Mis dedos se frotaban contra mi clítoris y la excitación crecía en mí. Me metía los dedos entre la vagina y hubiera deseado tener un consolador conmigo. Tras un rato de aquellas caricias, el orgasmo arribó. Al aplacarse mi agitada respiración, volví a ver hacia la ventana y, horrorizada, descubrí que el administgrador del hotel, aquel viejo que me repugnaba, me estaba observando desde la ventana de enfrente. Me levanté rápidamente a correr la cortina, mientras el viejo me miraba ...
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