El secreto de Rita Culazzo (Parte 3): La ley de gravidez
Fecha: 17/06/2019,
Categorías:
Confesiones
Autor: juliomarkov, Fuente: CuentoRelatos
Llevaba un largo rato admirándose frente al espejo de la sala. Sus manos sostenían la enorme panza con extrema delicadeza, como si tuviera miedo de romperla. De vez en cuando ensayaba un medio perfil derecho, luego giraba hasta alcanzar el medio perfil izquierdo y finalmente volvía a su posición frontal. Se complacía en repetir ese cíclico ritual una y otra vez; y se sonreía orgullosa. Yo la observaba en silencio; no recordaba haber visto alguna vez a una mujer tan hermosa. Las ocho lunas no le habían robado un ápice de su femenil esplendor; por el contrario, habían contribuido a enaltecer su belleza con indecente magnanimidad.
Papá se le acercó lentamente por detrás y la rodeó con sus brazos con mucha ternura. Sus manos se posaron sobre las manos de ella y las cuatro sostuvieron aquel vientre materno con un cariño que, de ser el cariño algo malo, hubiera sido atroz. Ella giró su cabeza y la echó ligeramente hacia atrás; él le dio un beso en la sien.
–Podemos excusarnos... –dijo mi padre con voz suave mientras observaba embelesado la abultada barriga a través del espejo.
–No podemos faltar, somos los homenajeados; estoy bien –respondió mi madre con dulzura.
Yo, que a menudo despertaba de perturbadoras pesadillas en donde mis primos y mis tíos se me presentaban como monstruosos demonios con enormes miembros viriles e insaciable apetito sexual, experimentaba un lujurioso terror cada vez que me hacía a la idea de un nuevo encuentro familiar, y más al considerar la ...
... exaltación de los atributos femeninos de mamá producto de su estado grávido.
Llegamos a la casa de mi tía el sábado al mediodía. Recuerdo un cielo claro con un sol enorme y tibio, y una brisa tan suave que apenas si acariciaba nuestros rostros. Tuve, en un instante, la misma sensación de calma que se siente en el ojo de un ciclón tropical, y presentí que abandonaría ese centro inocuo apenas entrara en la morada donde nos acogerían para celebrar el advenimiento de un nuevo miembro a la familia. Serían sólo veinticuatro horas las que pasaríamos allí: una eternidad infernal en una guarida de íncubos hambrientos de carne. Yo sabía que para estas bestias mi madre no era más que carne; sólo carne.
Nos recibieron con una calidez no acorde a mis figuraciones. Apenas bajamos del auto, mi tía salió de la casa, corrió por el vasto jardín hasta alcanzarnos en el portón de entrada y nos dio un enorme abrazo a cada uno. Mi tío Juan y mis dos primos siguieron sus pasos, aunque con menor ansiedad. Todos contemplaron maravillados la panza de mamá. Puedo recordar, en especial, los rostros de mis primos invadidos por una ternura que mi recelo no esperaba. Los ojos que antes habían reflejado la roja llama de los placeres prohibidos, en ese momento eran de blanca pureza, eran de ángel y no de demonio. Barrunté, entonces, que era el milagro de la vida el que oficiaba de antídoto contra todo impulso indecoroso de las personas más lúbricas que yo había conocido.
–Tenemos una sorpresa –dijo mi ...