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El secreto de Rita Culazzo (Parte 3): La ley de gravidez
Fecha: 17/06/2019, Categorías: Confesiones Autor: juliomarkov, Fuente: CuentoRelatos
... no pude salvar a mi padre, que se bebió su sospechoso licor de un sólo trago. Apenas unos minutos después del brindis –brindamos por la nueva vida, obviamente– papá se retiró a su habitación acusando una inexplicable lasitud; mi abuelo hizo lo mismo casi al mismo tiempo; no era casualidad. Mis primos me miraron fijamente esperando –calculé yo– una reacción parecida, así que bostecé para ellos unas cuantas veces y luego simulé un pequeño malestar; sin embargo, no abandoné la sala hasta que mi madre decidió marcharse a su dormitorio. A mí me había tocado compartir habitación con mi abuelo; así que, cuando quedé a solas con él, pude corroborar mi sospecha al intentar despertarlo. Le di unos cuantos sacudones que no tuvieron respuesta; estaba completamente knock out producto de vaya saber qué clase de somnífero. Calculé que mi padre corría con la misma suerte y pensé en mi indefensa madre. No podía quedarme con los brazos cruzados; no podía dejarla a merced de las bestias; tenía que actuar. Y actué. Atravesé el pasillo corriendo en puntas de pie hasta llegar a la habitación en donde dormían mis padres. La puerta estaba entornada. Entré. Había tomado la decisión de atrincherarme junto a papá y mamá para protegerlos de un seguro asalto nocturno; aunque poco me iba a durar el gesto de valentía. Cerré la puerta y cuando comenzaba a idear una forma de trancarla, escuché pasos que se acercaban prestos por el corredor; entonces abandoné la primera línea de defensa y ...
... cobardemente me escondí en el amplio clóset empotrado en una de las paredes laterales del dormitorio. Acababa de descubrir cuál era el verdadero motivo de mi presencia en la zona que estaba por ser atacada. La puerta de la habitación se abrió lentamente y me fui preparando para observar, a través de las voyeristas rejillas de la puerta del clóset, lo mismo que ya había visto en mis más espeluznantes pesadillas. Mis primos entraron con sigilo y se acercaron a mi padre para comprobar que estaba completamente anestesiado. Instantes después, mientras Lautaro encendía uno de los veladores y lo cubría con una manta para que la habitación quedara tenuemente iluminada, Daniel tomó a mamá de un tobillo y le sacudió la pierna. Ella despertó de un sobresalto y quedó sentada en la cama mirando a los conocidos asaltantes con estupor. Lo siguiente que vieron sus ojos pasmados fue dos descomunales falos dispuestos en sendas erecciones de caballo. –¿Extrañabas esto, putita? –esputó Daniel tomándose su imponente vergón con ambas manos. Mi madre, atónita, sólo atinó a mirar hacia su costado, donde yacía mi padre en un profundo sueño de pinchazo de rueca. –Tranquila, está dormido igual que una piedra –le dijo Lautaro al mismo tiempo que le enseñaba (haciéndolo bailotear entre sus dedos) el pequeño frasco que yo había intuido más temprano cuando los bribones servían el licor. –Dicen que las embarazadas se ponen cachondas; mientras más panzonas, más cachondas –acotó Daniel con libidinosa ...