1. Cómplice, cuernos sin culpa


    Fecha: 01/07/2019, Categorías: Infidelidad Autor: Lobo Feroz, Fuente: CuentoRelatos

    ... su actitud, bueno… solo que el beso en la mejilla de la despedida no era como siempre, hasta me pareció que el abrazo era más apretado, tanto que cuando llegué a mi casa podía sentir el sabor de su perfume pegado en mi piel, obviamente pensé que todo era fruto de mi imaginación.
    
    Dos días más tarde se viene a mi casa, con un pastel que ella misma había cocinado para mí.
    
    —¡Este pastel fue preparado con estas manos!!!! (las muestra a modo de prueba fehaciente) para “mi amigo”, que supo guardar el silencio que solo los amigos pueden hacer. Pero como buen amigo… esto solo no es el pago, traigo más para agradecerte tu silencio... –Como había dejado el pastel sobre la mesa, ahí mismo se desató el lazo del impermeable y como en una película erótica, se abrió y me mostró su cuerpo totalmente desnudo, resaltaban el hermoso par de tetas y el vello púbico que cubre la conchita, prolijamente recortado.
    
    La visión me robó las palabras, no podía dar crédito a mis ojos que se están llenando de mujer, de esa mujer que vuelve más deseable, la hembra inalcanzable, por ser la de mi amigo ahora está ahí, delante de mí, ofreciéndose, como obsequio, como premio al prudente y leal silencio. No puedo ni me importa mucho ahora si pretende comprarme o agradecerme, la visión de tremenda hembra turba mi entendimiento, todo se vuelve deseo y lujuria, no siento otra cosa que ganas de poseerla, de meterla en ella, de hacerla mía.
    
    Pero aún con todo eso en ebullición no atino a qué hacer, qué ...
    ... decir, cómo actuar, solo esperar que ella de el primer paso.
    
    —Luis, no tengo otra cosa más que ofrecerme yo misma. Sé que te agrado, que te gusto, te he visto en más de una ocasión mirarme las piernas, el culo y las tetas. Una mujer no se equivoca, sabe bien distinguir cuando esa mirada dice que el tipo siente verdadera calentura, podía sentir como me comías con la mirada, como te contenías impedido de saltar y cogerme, por tu amistad con Domingo. Pues bien, en vista de las circunstancias, de la buena predisposición que tuviste hacia mí, de que seguramente no lo sabes, pero tu amigo últimamente ni me toca un pelo, y por eso el otro día me pescaste cuando un amigo me estaba cogiendo… Tú me agradas y yo necesito... creo que está todo dicho ¿no?
    
    Qué más decir, lo había dicho todo ella y claro como el agua, puesto blanco sobre negro, puesto las cartas sobre la mesa, exhibido la intimidad y las miserias de su vida conyugal, entendí que más que compensar un silencio cómplice estaba buscando al amigo para que le ayude a sostener una pareja, que pueda darle el sexo que Domingo le retacea por alguna razón que desconozco.
    
    No esperó a que saliera de mi asombro, me tomó de la mano y me llevó al dormitorio.
    
    —Vamos, todo esto es tuyo –mientras deja deslizar el impermeable, va delante de mí, subida en sus zapatos taco aguja, meneando su cintura, preludio de un concierto de deseos con vibrantes contrapuntos de sexo en medio del atronador retumbar de la pasión que bulle en la bragueta ...
«1234...»