1. Un secreto entre mi suegra y yo


    Fecha: 21/11/2019, Categorías: Infidelidad Autor: nexdelca, Fuente: CuentoRelatos

    Me casé con una mujer doce años menor que yo. Muy bonita por cierto. Es de esas mujeres con personalidad abierta, distraída, mimada y acogedora. Su cuerpo es sencillo, sin nada abundante o exagerado y siempre en buena forma. El rostro mantiene una gracia muy femenina con una boca carnosa y unos ojos expresivos grandes y negros. Una desventaja o ventaja, de haberme casado con Paola, es que me gané una suegra joven también. Rosa, se llama, y tiene cuarenta y cuatro cumplidos. Apenas diez años mayor que yo.
    
    Mi suegra es una mujer dulce, complaciente, soñadora, de trato encantador y conversadora. Desde que nos conocimos hubo cierta gracia armónica y mucha empatía entre ella y yo, tanta como la que he tenido con su única hija. Ella siempre me ha tenido en buen concepto y está muy contenta de que su hija se haya casado con el marido perfecto que según ella yo soy: “Ay qué lástima que eres menor, un niñito chiquito para mí, sino ya me hubiera vuelto a casar contigo”, ha expresado en broma varias veces. Así que a diferencia de la mayoría de los hombres sobre éste planeta no puedo quejarme de mi suegra. Siempre he tenido la sospecha de que no solo me quiere como yerno, sino como hombre.
    
    Una vez casados, Paola y yo nos instalamos en el piso de arriba de una casa bifamiliar de dos pisos. Mi suegra vive debajo sola. Había enviudado tres años atrás cuando aún yo no las conocía. Así que era como si viviéramos los tres en una casa grande, juntos pero no revueltos. Tenía dos mujeres ...
    ... para mí, les decía yo a cada rato en tono de chiste, pero no pensé que esa frase fuera a ser tan literal alguna vez. Nunca me imaginé que semejante monstruosidad para la moral organizada pudiera volverse cotidiana. Como podía imaginar que alguna vez yo iba a terminar con mi mujer y mi amante bajo el mismo techo.
    
    Recuerdo todavía la primera vez que le hice el amor a mi suegra. Tenía puesto un vestidito viejo y raído de esos que ella suele ponerse a puerta cerrada para hacer limpieza, de tirantas delgadas, ceñido al cuerpo, color azul de fondo y florecitas blancas, muy corto, pero de falta volada y escote recto. Lucía tan femenina con su pelo abundante y negro recogido sin tanto orden en un moño amarrado con un peine blanco. Provocaba mucho con su cuello desnudo y sudado. Debajo del vestido solo había piel blanca, no había prendas íntimas, no hubo necesidad de dedicar tiempo a retirar barreras. Bastó con sentarla en el mesón de la cocina con sus gruesas piernas abiertas y deslizar las tirantas del vestido por sus brazos para tener todos sus encantadores atributos a mi entera disposición. Pasamos el límite que no se debe cruzar, pero ya no había marcha atrás. Al principio hubo un sentimiento mutuo de culpa que parecía ser suficiente como para no volverlo a hacer, pero la necesidad animal es muy fuerte. No fue ya más posible que no ocurriera una y otra vez.
    
    Todo empezó despacio, casi que, sin darnos cuentas, tanto así, que Rosa y yo concluimos que no era posible otra cosa. ...
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