1. La reeducación de Areana (5)


    Fecha: 14/12/2019, Categorías: Gays Autor: señoreduardo, Fuente: CuentoRelatos

    ... techo, también de piedra. Areana estaba aterrada, temblando sin poder controlarse mientras el corazón le latía velozmente y un sudor frío le cubría todo el cuerpo.
    
    -No… no… Qué es esto?... por favor… -murmuró con la garganta oprimida por el miedo.
    
    -Vamos al aula, pendeja… -se burló Milena y la niña vio, al fondo del pasillo, una puerta que parecía ser de hierro.
    
    -No, no quiero, por favor déjenme ir… -suplicó sintiendo que el terror le entumecía los brazos y las piernas. Esos últimos metros del pasillo debió ser arrastrada entre ambas asistentes, que aprovecharon la circunstancia favorable para manosearla descaradamente.
    
    Cuando llegaron ante la puerta, que efectivamente era de hierro, Marisa extrajo del bolsillo de su camisa una gruesa llave y la abrió mientras Areana, echada en el piso, seguía suplicando inútilmente entre sollozos.
    
    -Pónganla como corresponde. –ordenó Amalia y Areana estuvo otra vez en cuatro patas y así debió entrar en ese recinto: la sala de castigos. Marisa encendió la luz, proveniente de un racimo de lámparas dicroicas fijadas al cielorraso y Areana sintió como que su corazón se paralizaba para después retomar sus vertiginosos latidos. El terror le agrandó desmesuradamente los ojos y su mandíbula cayó como si fuera a desprenderse del rostro. Con la boca abierta y el miedo reflejado en su rostro abarcó en una mirada larga y estremecida todo lo que allí se le mostraba: al fondo y a la izquierda una cruz de San Andrés, a la derecha de ...
    ... esa cruz, un caballete con grilletes en los extremos inferiores de las patas y un acolchado forrado en cuero marrón oscuro en la parte de arriba; cercano al muro de la derecha, un cepo; en el centro, una mesa larga en cuyos extremos se veían dos roldanas de metal con una manija y sendas cadenas enrolladas en esas roldanas y con grilletes de metal en sus extremos visibles.
    
    En el muro de la izquierda se veían varios estantes de hierro en los cuales había látigos, fustas, varas, velones, agujas, esposas, cuerdas y antifaces ciegos. Los muros eran de piedra gris, igual que el pasillo, y el piso también de tierra apisonada. Del techo pendía una cadena con dos muñequeras en su extremo y en el piso había dos aros de metal cada uno de ellos con una cuerda de un metro de largo cada una.
    
    Areana ignoraba, por supuesto, el nombre de cada uno de esos instrumentos de castigo, pero supo que lo eran y miró a Amalia con una expresión que mutaba del miedo al espanto. En cuatro patas se desplazó hacia ella, le tomó una mano, la besó y dijo entre sollozos:
    
    -No, por favor… No me hagan nada, señora… Yo… yo me porté bien… Hice… hice todo lo que me ordenaron… Por favor… ¡Por favor, no me hagan nada!
    
    Amalia se dejó besar la mano, complacida, pero dijo:
    
    -Todavía te falta mucho para ser la perrita faldera que yo pretendo, Areanita. Por ejemplo, a ver. Vos, Milena, bajate el short y la bombacha.
    
    La joven no supo que pretendía Amalia, pero por supuesto hizo lo que se le había ...
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