1. Casilda, una mujer morena e inexperta


    Fecha: 16/09/2017, Categorías: Transexuales Autor: Quique., Fuente: CuentoRelatos

    La historia comenzó un sábado por la tarde. Tenía yo por aquel entonces 18 años. Estaba en el monte cazando conejos con mi perro León, un chucho de raza indeterminada. El ladraba a un lado de la madriguera. Yo esperaba al conejo en la otra salida y le daba un garrotazo, bueno, que le daba es un decir, ya que de dieciséis conejos que me echara sólo le diera a dos que colgaban en mi cinto de cuero con monedas remachadas, monedas que me fueran dando... Marcos alemanes, francos franceses, liras italianas, dos reales y pesetas españolas..., hasta tenía un rublo ruso, que en tiempos del Gereralísimo Francisco Franco Bahamonde, era más difícil de conseguir, para algunos, que un beso de su novia.
    
    El calor era sofocante. Los grillos y las cigarras se hinchaban a cantar y los saltamontes a saltar, saltamontes que había a miles. De entre los matorrales, unas veces, salían corriendo perdices, que emprendían el vuelo, y otras, culebras que se iban zigzagueando, lagartas, lagartos... En los pinos se oía el ruido de las piñas abriéndose, y el arrullo de las palomas torcaces. En las alturas vi revoletear un par de halcones peregrinos.
    
    Descansando a la sombra de un roble y sentada sobre un mantel, encontré a Casilda, una mujer morena, alta, (alta en los años 60-70 en los pueblos era un mujer de un metro sesenta) jamona, o sea rellena sin estar gorda, de 24 años, con unos ojazos negros. Se había casado hacía 3 años con el terrateniente del pueblo, un beato, de misa diaria, de 60 años, ...
    ... alto, delgado y cascado, que convenciera con una gran cantidad de dinero a la madre superiora del convento para que entregara a novicia Casilda en matrimonio, y como Casilda fuera abandonada en una cestilla a la puerta del convento y no conocía más mundo que el de las monjas, se dejó vender como si de mercancía se tratase.
    
    Casilda tenía dos hijos del beato, uno de un año y el otro de dos. Era con quien hablaba, con ellos, con el beato, y con la madre de éste, Hortensia, una vieja de ochenta años, con el pelo blanco recogido en un moño, nariz aguileña, seca, vestida de riguroso luto, y de palabras contadas.
    
    Casilda, al ir por el camino iba con la cabeza gacha mirando a la tierra. Nadie le dirigía la palabra, unos por miedo a las represalias del beato, y otros, como yo, cuando iba a por agua a la fuente, no le dábamos los buenos días, las buenas tardes, o las buenas noches, por lo que el beato le pudiera hacer si se enteraba de que la saludara alguien, ya que era muy celoso, y decían que por los celos tenía la mano muy levantada. Sus celos eran tan grandes que ni criada tenía en casa para que su mujer siguiese viviendo casi vida de convento.
    
    Buscando madrigueras vi a Casilda, se estaba zampando un bocadillo de membrillo y tenía una gaseosa a su lado, a lo lejos, apastando, andaban sus ovejas y su carnero.
    
    Al llegar a su lado, sabiendo que nadie se iba a enterar de que hablara con ella, le dije:
    
    -¡Buenas tardes, Casilda!
    
    No me respondió:
    
    -¿Invitas?
    
    Casilda ...
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