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Mosquita muerta
Fecha: 07/04/2020, Categorías: Gays Autor: XAVIA, Fuente: CuentoRelatos
... mano para que me siguiera. La esperé en el pasillo que daba acceso al almacén durante diez o quince segundos. Se detuvo delante de mí, mirándome pero no a los ojos, así que le pregunté: -¿Cómo estás? –Bien. Seguíamos en el maravilloso mundo de los monosílabos. -¿Quieres que tomemos una copa al salir? –Vale. -¿A qué hora te va bien? –A la que te vaya bien a ti. La noticia es que había pronunciado una frase de ocho palabras, pero seguía delegando en mí cualquier decisión, ¿no tenía opinión? -¿Siempre dices que sí a todo? –Aún con la mirada gacha, se frotó ambas manos delante del cuerpo, en un gesto ya conocido por mí. Al no responder, insistí: -¿Si te digo que me chupes el dedo, lo harás? Su respuesta no me dejó ninguna duda. Levantó la cara ligeramente, cerrando los ojos, abriendo los labios para recibir su alimento. Levanté el dedo índice y lo apoyé entre ellos. Lo rodeó, húmedamente, para comenzar a chuparlo hambrienta. Dediqué el minuto que le permití complacerme en mirarla detenidamente. La encontré atractiva, sobre todo chupándome el dedo. De cara infantiloide, con labios finos y nariz recta, peinaba su oscura cabellera lisa al estilo Cleopatra, hasta el cuello. De cuerpo, era un poco ancha de caderas y hombros, pero no estaba gorda. Además, tenía buenas tetas, medianas o por encima de la media. -Espérame delante del bar de la esquina cuando salgas esta tarde, pero no entres en él –ordené quitándole el juguete para volver a mi sitio. Salió a las ...
... 6, acompañada de otros compañeros, pero me demoré expresamente más de veinte minutos en recoger y salir a buscarla. Desde la ventana, la vi de pie, esperando impaciente. Cuando llegué a su lado le ordené seguirme sin mediar saludo ni ningún gesto de cortesía. Anduvimos dos calles hasta llegar a un bar que no solía frecuentar nadie de la empresa. Estaba poco concurrido, unas diez personas en un local de quince mesas, así que elegí una del centro. Pedí dos cervezas y esperé que nos las trajeran. María repetía el gesto nervioso con las manos. -Te has separado de tu marido recientemente, ¿verdad? –Asintió. -¿Qué ha pasado? –Bajó la cabeza mirándose las piernas, ofreciéndome un leve movimiento de hombros como única respuesta. Entendía que no quisiera hablar de ello, pero insistí. -¿Se ha cansado de ti? –Seguía sin contestar, así que la tomé de la barbilla, obligándola a mirarme. -¿O te has cansado tú de él? –Como tampoco soltó prenda, sentencié: -Creo que no te daba lo que necesitas. ¿Es eso? Me sostuvo la mirada, pero era nerviosa, incómoda. Ni afirmaba ni desmentía, así que cambié de tercio. -Corrígeme si me equivoco, pero estoy convencido que necesitas un hombre fuerte que te lleve por el buen camino, recta, que te diga qué debes hacer, cuándo debes hacerlo y cómo debes hacerlo. ¿Me equivoco? –Asintió de nuevo, sin darse cuenta que afirmar una pregunta negativa era contradictorio, pero lo tomé como la confirmación de mi percepción. -¿Quieres que sea yo ese hombre? ...