1. Desafío de galaxias (capitulo 80)


    Fecha: 26/09/2017, Categorías: Infidelidad Autor: calvito, Fuente: CuentoRelatos

    ... corbetas federales, operando a poca altura, atacaban los emisores de escudos, y posteriormente, las primeras líneas de edificaciones. Cuándo la infantería penetró en la ciudad, la zona era un mar de escombros, repleto de cadáveres enemigos. Los soldados federales avanzaron rápidamente hacia el interior de la ciudad, al tiempo que, a bordo de transbordadores llegaban excavadoras que comenzaron a remover los escombros para abrir una pista, por la que los carros de combates pudieran atravesar la zona bulban y acceder a las grandes avenidas de la zona antigua. El avance federal era lento y sangriento. Había que limpiar calle por calle, casa por casa, y en muchas ocasiones planta por planta. Desde las azoteas de los edificios, los bulban disparaban contra los soldados que tenían que avanzar protegidos por pequeños escudos de energía portátiles, o por sus escudos de duránium. Llegó la primera noche, y todas las operaciones se ralentizaron, para entonces, el ejército controlaba casi cinco kilómetros de frente y había penetrado en la ciudad casi uno. El Fénix, protegido por sus escudos, se situó en los limites de la ciudad: Marisol quería estar lo más próxima posible a las zonas de combates. Esa noche, Marisol las inspeccionó personalmente y visitó los puestos de mando avanzado de Bertil, Pulqueria y Oriyan, que dirigían los tres ejes de avance, que como un abanico, se abrían hacia el interior de la ciudad.
    
    Bien entrada la noche, Marisol regresó al Fénix: estaba agotada, había ...
    ... sido un día muy intenso y complicado. Después de ducharse, Anahis la ayudo a secarse, se metieron en la cama y automáticamente se quedó dormida, a tal velocidad, que Anahis tuvo que meterla las piernas en la cama. Se tumbó a su lado, la arropó con cariño y abrazándose a ella veló su sueño hasta que ella también se quedó dormida.
    
    Hacia ya una hora que las primeras luces del alba habían rasgado las tinieblas de la noche, cuando Marisol entró en el centro de mando y se puso a estudiar los datos de las pantallas. A los pocos minutos, Sarita llegó con una gran taza de café y un pastel.
    
    —Comételo, —la dijo con suavidad bajando la voz— y si te piensas que no vas a desayunar es que estás tonta.
    
    —¡Joder!, Sarita, no tengo hambre.
    
    —Anoche, casi no cenaste, luego, te callaste como una puta y te fuiste por ahí de inspecciones, sin decirme nada, ¿y ahora no quieres desayunar?
    
    —Si cené.
    
    —Cenaste una mierda, que ya me he enterado.
    
    —¿Será chivata? —dijo Marisol mirando a Anahis.
    
    —¡Comete el bollo!, y a las ocho, a desayunar: ¡y no me cabrees!
    
    —¡La hostia! Eres peor que mi madre.
    
    —Sabes que tengo su permiso para darte un pescozón si hace falta.
    
    —¡Joder! Que ya soy mayorcita, que tengo treinta años.
    
    —Pues hay veces que no lo parece… y tienes treinta y tres.
    
    —¡Bueno vale! —concedió Marisol y la sacó la lengua.
    
    —¿Habéis dejado de discutir? —preguntó Hirell que ya había llegado al C. M.
    
    —Es esta que no me deja.
    
    —Esta hace lo que tiene que hacer, ...
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