1. El secreto de Rita Culazzo (segunda parte)


    Fecha: 17/04/2020, Categorías: No Consentido Autor: juliomarkov, Fuente: CuentoRelatos

    ... bajado en ese momento, no sólo hubiera encontrado a su esposa haciéndose garchar en forma brutal por sus sobrinos, sino que en su camino, escalera abajo, se hubiera topado con su hijo observando la escena, pija en mano y expulsando desde las sombras un chorro de semen que voló desde el descanso de la escalera hasta el primer escalón, uno de los pocos invadidos por la luz argenta que llegaba de la sala.
    
    El gimoteo general se hizo más intenso. El arribo de los orgasmos era inminente. Temiendo que ese rijoso plañir llegara hasta los inconscientes oídos de mi padre, rápidamente guardé mi complacida verga y corrí escalones arriba en puntas de pie. Alcancé a cerrar la puerta de la habitación matrimonial justo antes de que el estruendoso sonido, que daba testimonio de la satisfacción sexual de mamá y sus sobrinos, alcanzara la planta alta. Lamenté perderme el momento supremo, pero era el precio que había tenido que pagar para mantener a mi padre a salvo de los obscenos gritos de su esposa: unos quejidos hondos, graves y ásperos, como de liberación de fuego contenido.
    
    Luego bajé a toda velocidad y me instalé nuevamente en mi oscura guarida para observar el epílogo del erotismo. Mamá estaba tirada sobre el sofá, bañada en leche y suspirando hondo –pensé que al menos no podía quedar embarazada–. Mis primos se encontraban a su lado, tirados en el suelo, agitados, con sus vergas chorreantes y comenzando el descenso con la satisfacción del deber cumplido. Me quedé observando ...
    ... hasta que los tres se incorporaron y comenzaron a vestirse, no sin antes rubricar el maravilloso acto de incesto con un besazo de lengua que los volvió a unir como prodigioso trío.
    
    Corrí nuevamente hacia arriba, esta vez hacia mi habitación, y me tiré en la cama. Cuando entraron mis primos me encontraron –una vez más– interpretando el personaje de joven durmiente.
    
    En mitad de la madrugada, cuando ya todos dormían –algunos lógicamente extenuados–, me levanté silenciosamente y volví a la escena del crimen para limpiar los albugíneos rastros que había dejado la fiesta secreta. Primero limpié mi propia acabada, que aún adornaba el borde del primer escalón; luego me encargué de las de mis primos y la de mi madre que estaban desperdigadas por la sala, en las cercanías del sofá y encima de éste. A esas alturas podía considerarme el limpiador de leche secreto de las descomunales orgías de Rita Culazzo.
    
    Cuando asomó el sol de la mañana siguiente ya todos estábamos de pie, prontos para acompañar a mis primos hasta la terminal. Como era de esperarse, mi padre era el único que no mostraba esas grandes ojeras que otorga el impúdico cansancio.
    
    Ya a punto de subir al bus, mis primos no perdieron la última oportunidad que tenían para satisfacer su apetito insaciable durante los emotivos abrazos de despedida: Lautaro, en su turno, deslizó una mano hacia abajo para recorrer toda la espalda de mi madre y pellizcarle el culo. Ella suspiró. El manoseo público habrá durado dos segundos: ...
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