Risueña
Fecha: 13/05/2020,
Categorías:
Erotismo y Amor
Autor: jaygatsby, Fuente: CuentoRelatos
... centro. Las paredes, vacías, sorprendían una vez vistos los muchos cuadros que adornaban el pasillo. Tan solo entrar te empujó contra la pared más próxima, con tu cara hacia ella. Tuviste el tiempo justo de colocar las manos para impedir que tu frente golpeara en ella. Él seguía vestido, con la ropa que usaba en el trabajo. Los zapatos, de cordones, negros y bien lustrosos, los pantalones del traje, también negros y con la raya de la plancha bien marcada, camisa azul claro i corbata oscura. Te sorprendía que no se hubiese cambiado al estar en casa y una vez llegado del trabajo. Notaste un ligero puntapié con sus zapatos en tus pies descalzos que te obligaron a abrir las piernas y a sacar el culo hacia fuera. Lo sentías detrás de ti, con sus manos agarrando tus senos por debajo y subiéndolos igual que hacían aquellos sujetadores que nunca te querías poner, hasta casi ese punto de dolor. Notabas que la piel se tensaba al máximo mientras su boca llegaba al costado derecho de tu cuello. En el preciso momento en que notabas sus dientes clavarse en tu cuello su mano dejaba la voluptuosidad del pecho para pinzar tu pezón entre sus dedos índice y pulgar. Su cuerpo se separó del tuyo y la dureza de su sexo en tus nalgas desapareció para, inmediatamente, escuchar el sonido de la cremallera de sus pantalones abrirse.
Las manos se te crisparon hasta llegar a clavar las uñas en la pared. Las marcas quedarían allí, como garras de animal herido, clavadas en el yeso hasta que alguien, ...
... algún día volviera a pintar las paredes. Justo en el mismo momento en que sabías que había dejado sus dientes marcadas en tu cuello y que el pellizco en el pezón se tornaba insoportable entró en tu sexo con tan solo un golpe de cintura. En una única embestida había llegado al fondo de tu coño. Te sentiste invadida y a la vez llena como nunca y notando como tus ojos se humedecían a la misma velocidad que lo hacía el sexo. Con una mano en tu cintura, hacía la fuerza necesaria para apretarse a tu cuerpo en un intento de que su pene entrara en tu interior lo máximo posible. Eran golpes, bandazos de deseo. Los dientes se habían separado de tu carne y la mano que torturaba tu pecho había descendido hasta tu cadera. Notabas como sus dedos se hundían en tu carne. Ocho, nueve, diez. Ibas contando mentalmente las veces que retiraba su sexo de tu interior para volverse a introducir con mayor fuerza. A veces notabas el glande de su pene justo en la entrada de tu sexo sin llegar a retirarse del todo. Otras sí sacaba su verga absolutamente para introducirse nuevo. Las penetraciones eran cada vez más fuertes, sin ningún otro ritmo que el necesario para coger impulso para volver a penetrarte. Trece, catorce, quince. Cada inserción era como un martillazo, seco, duro, que se propagaba desde el interior de tu vagina hasta tu cerebro a través de toda la columna vertebral.
Sentías tu propia humedad bajando por las piernas. Estabas mojada desde tu culo hasta las rodillas. El orgasmo era ya ...