Ana 2. obligada a pagarle al gasista en especies
Fecha: 17/05/2020,
Categorías:
Confesiones
Autor: Gabriel B, Fuente: CuentoRelatos
... dije sin embargo, que yo ya conocía esa casa y conocía mejor ese cuerpito, pero intuía que Ana no se iba a animar a hacer un escándalo al verme entrar.
Se hicieron largos los tres días hasta que finalmente llegó el momento de entrar nuevamente en el departamento de Ana, otra vez por sorpresa, y otra vez por la fuerza. La idea me excitaba. También me excitaba la idea de compartirla con otro hombre, desde aquella noche en la que junto a Germán la poseímos, descubrí que ver a otro tipo penetrando en el mismo cuerpo que yo, lejos de molestarme, me gustaba, porque se generaba una empatía tal que parecía que era yo mismo el que la penetraba por ambos lados.
Jorge se llamaba el gasista. Había entrado al dpto. de Ana primero que yo, cosa que me asustó, no quería quedarme afuera. Pero resultaba mas fácil así, porque si me veía quizá nos cerraba la puerta en la cara.
Jorge estaba en la parte de la cocina donde estaba el termotanque. Le dijo a Ana que enseguida iba a venir su ayudante con los materiales que le faltaba. Yo lo convencí de que le cobre el doble de lo que tenía pensado, “ella no sabe nada de esto, va a aceptar vas a ver”, él estuvo de acuerdo. Finalmente Jorge me mandó un mensaje diciendo que vaya al dpto. de Ana. Me latía el corazón frenéticamente, mis manos temblaban cuando toqué el timbre. Por suerte el que abrió la puerta fue el propio Jorge. Ya estaba adentro.
Ana me miró sorprendida, pero yo actué con normalidad, la saludé y enseguida me dirigí a Jorge ...
... preguntándole cómo iba todo. Como había supuesto, Ana también fingió normalidad, y se fue al living. Jorge, que no era ningún tonto, había notado algo raro y me preguntó “¿Qué onda con la mina?”, le confesé que me la había cogido una vez y luego nos peleamos. Se limitó a reírse.
Cada tanto Ana se acercaba a la cocina y nos miraba de reojo. Seguramente quería adivinar si era todo una casualidad o le estábamos haciendo caer en una trampa en complicidad, pero nuestra actitud seria y profesional la inclinaron hacia la hipótesis de la casualidad.
Estaba hermosa, su pequeño cuerpo tenía encima uno de esos vestiditos floreados con la espalda desnuda que tanto me gustaban. Cada vez que caminaba meneaba la cola haciéndolo bailar. Se había teñido sus largos rulos de rubio, y estaba maquillada como para salir. Se veía más puta que nunca.
— nos traerías un poco de coca. — le pedí. Ella hizo un gesto como de no poder creerlo, pero accedió a mi pedido.
Me preguntaba de qué color era su ropa interior. Seguramente blanca, me dije, no podía confirmarlo a través de su vestido, pero ya lo haría. Finalmente terminamos el trabajo. Llegó la hora de la verdad. Era imprescindible que Jorge se prenda en mi juego sino todo estaría perdido.
— ¿Cuánto es? — preguntó Ana, visiblemente aliviada de que estuviésemos a punto de irnos.
— Tres mil pesos. — dijo Jorge. El hijo de puta se zarpó, en vez de cobrarle el doble, le cobraba el triple. Ana se puso pálida.
— ¿tres mil pesos? — dijo. — ...