Riberas del Donetz 3
Fecha: 15/06/2020,
Categorías:
Incesto
Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos
... alemanes, que suerte tenían si caían en poder de las tres compañías masculinas, pues al final eran enviados a los puntos de concentración y clasificación de prisioneros, porque los que caían en manos de las chicas… pues ya se sabe: Disparo a la frente y a otra cosa. Por otra parte, otras unidades se encargaban de ir recogiendo cadáveres de alemanes; les cargaban en camiones y los trasladaban a diversos puntos donde esperaban fosas largas y poco profundas en las que eran incinerados. Tal procedimiento ya se inició en Stalingrado; era cómodo y, además, no dejaba huellas tras de sí.
El día 11 de Agosto Stella Antonovna subió al jeep Willys procedente de la Ayuda Americana que entonces llegaba a raudales a la URSS y del que desde fines de Julio Stella se venía sirviendo para sus desplazamientos, conduciéndolo ella misma. Había salido aquella tarde, cuando en la aldea donde se alojaba la Compañía empezaban a repartir la cena, para encontrarse con el comandante de una de las compañías comprometidas en la labor de limpieza para estudiar los nuevos movimientos que seguirían en fechas próximas. Entonces divisó casi a lo lejos un vehículo semi oruga alemán, un SD-KFZ 251 le pareció. Detuvo el jeep y sacó sus prismáticos enfocándole. Sí, era ese tipo de blindado, despanzurrado y con varios alemanes inertes a su alrededor. Era evidente que un impacto directo de artillería le había alcanzado exterminando a su tripulación. Iba a guardar los prismáticos pues unos cuantos muertos ...
... alemanes más poco le interesaban, cuando creyó ver que uno de esos cuerpos se movía. Enfocó de nuevo los prismáticos sobre aquel cuerpo y no le cupo duda: El pobre diablo todavía alentaba. Pensó por un momento dejarle allí, que acabara de reventar en la estepa, pero luego se sintió generosa. Sí, sería más humano ahorrarle sufrimientos, despenarle de un disparo. Dejó los prismáticos junto a ella, en el asiento contiguo, y aceleró el vehículo casi a fondo partiendo rauda hacia la hondonada. Llegó junto al vehículo alemán, prácticamente al lado del moribundo, y frenó en seco el jeep. Requirió su fusil y de un salto se plantó en el suelo dirigiéndose de inmediato hacia el caído. El alemán estaba tendido de lado, con la cara casi enterrada en el polvo de la estepa, los pantalones desgarrados y cubiertos de sangre con una especie de tampón ensangrentado en aquella pierna derecha, tampón que formaban los mismos girones del tejido de la prenda arremolinados en tal lugar de aquel ser humano con más parecido a guiñapo que a otra cosa.
Stella no se lo pensó un segundo y, más bien por inercia, soltó el típico “Stoi” (¡Quieto!), previo al disparo a la frente. El hombre entonces levantó el rostro hacia ella y Stella, tan pronto vio ese rostro, arrojó el fusil y se precipitó sobre ese cuerpo, ese rostro embadurnado en sangre, polvo y sudor que no era otro sino el que a fuego llevaba gravado en su corazón, en su alma; el de Piotr.
Se arrodilló a su lado y le tendió ambos brazos al cuello ...