1. Riberas del Donetz 3


    Fecha: 15/06/2020, Categorías: Incesto Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos

    ... amaneciera Piotr empezó a dejar de quejarse pero también a dejar de hablar mientras iba cayendo en extraña modorra hasta que en la cuarta noche que allí pasaban, la de aquel tercer día, Piotr pasó de la modorra de duermevela a sumirse en un intenso sopor; un estado de somnolencia que enseguida estuvo asociado a fiebre alta, pues el cuerpo de Piotr, cara, manos, todo él ardía. Entonces, el pánico se apoderó de Stella, pues sabía lo que pasaba: Piotr estaba al borde de entrar en coma; Piotr se moría, se le moriría allí, entre sus brazos… La herida del muslo se le había infectado hasta, seguramente, entrar los tejidos en necrosis con lo que la gangrena estaría servida en breve, si es que para entonces no se había declarado ya. Desde un principio Stella sabía que esa herida precisaba atención médica urgente pero, ¿cómo procurársela allí, en tales condiciones? Y ella no podría hacer nada por evitarlo, tendría que asistir, impotente, a la agonía del ser para ella más amado… Y una terrible idea se empezó a apoderar de su mente: Allí tenía su fusil. Cargado, listo para abrir fuego… Sería esa la solución: Primero a él, un disparo a la cabeza; pero no a la frente, sino un poco más arriba, volándole la tapa de los sesos… Y a correo seguido, dispararse ella misma con el cañón del fusil metido en la boca, hasta casi la garganta…
    
    Cundo el amanecer del cuarto día era ya un hecho consolidado aunque todavía el sol ni siquiera alcanzaba la media mañana ocurrió aquello. Comenzó con un tenue ...
    ... rumor de pasos en la calle, junto a la casa cuyo sótano era la cueva. Desde un par de días antes, desde el segundo que allí les amaneciera, mantenía Stella abierta la trampilla que daba acceso al sótano para permitir que la luz diurna les iluminara; total, aquello estaba siempre en la soledad más absoluta... Además, daba por descontado que, fuera quien fuese que se aproximara, alemanes o soviéticos, se dejarían oír bien pues lo harían entre el chirriar de blindados acercándose. Por eso, cuando quiso levantarse para cerrar y enmascarar bien aquella salida al exterior era ya muy tarde pues los pasos ya no era que se acercaran a la casa, sino que retumbaban dentro de ella, por lo que Stella no pudo hacer otra cosa que dejar caer tras ella los tablones de madera de la “puerta” de acceso a la cueva y correr junto a Piotr otra vez, abrazándose a él más aún que antes lo hiciera. Los pasos sobre el suelo de la casa, sobre sus cabezas, se agudizaron y multiplicaron, en clara indicación de que los “visitantes” se acercaban a ellos a la vez que crecían en número. Pero junto a los pasos llegaron también voces: Conversaciones más o menos amenas, más o menos vulgares… En alemán.
    
    Stella no pudo ni reaccionar, ni pensar apenas, al hecho de que los “visitantes” fueran alemanes, pues casi al instante la negrura del cuchitril que les acogía difusamente se iluminó en penumbra merced a la luz diurna que inundó el sótano al abrirse la trampilla de entrada; de forma casi simultánea a que el sol ...
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