Promételo, sólo por esta vez
Fecha: 18/06/2020,
Categorías:
Sexo en Grupo
Autor: Ulpidio_Vega, Fuente: CuentoRelatos
Hay decisiones que uno toma que no tienen retorno. Casarse, divorciarse o traicionar. Para mí no fue sencillo darme cuenta de que me estaba metiendo, contra todos los códigos, con la mina de mi papá. Peor aún, para la mayoría de la gente era más que la mujer de mi papá, era como una madre para mí. Y vaya si lo era. O al menos eso creía yo.
Me llamo Marcelo, tengo 22 años y trabajo en la inmobiliaria de mi padre desde que terminé el secundario y no tenía más ganas de estudiar. Mi madre falleció cuando yo tenía 7 años por una penosa enfermedad que le descubrieron a los pocos meses de mi nacimiento. Mi viejo enviudó a los 27 años así que decidió rehacer su vida a los pocos meses de la muerte de mamá y se casó con Silvana, que tenía 21 años recién cumplidos. Silvana era una mujer espectacular, simpática, atenta, muy linda y divertida. Años más tarde supe que la historia con mi padre era bastante anterior a la muerte de mi madre, pero no había motivos para enojarse con nadie por cómo se dieron las circunstancias.
Mi padre siempre se sintió culpable con nosotros por la muerte de mamá y por eso trató de que Silvana fuera como una madre sustituta. Desde que la conocimos, papá nos obligó a mi hermano y a mí a que la dijéramos mamá. Por la diferencia de edad (conmigo era de 14 años y con mi hermano 12), era imposible que ella nos hubiera parido. Ahora tiene 35 años, pero conserva todos sus encantos. La mayoría de los que la conocen, no le dan más de 29 y encima, suele vestirse ...
... con la misma ropa que usamos nosotros: jeans gastados, musculosas, polleras y vestidos simples. Es muy elegante y tiene un cuerpo en el que, todavía, genera suspiros, piropos y miradas alevosas cuando vamos por la calle o la acompaño al supermercado.
A medida que fui creciendo mis intenciones con Silvana fueron variando, sobre todo en lo que pasaba en mi cabeza cuando veía sus enormes tetas mientras desayunaba en camisón o las tanguitas diminutas que se ponía para dormir que le marcaban bien el culo y le resaltaba los cachetes. Era como mi madre, pero no era mi madre en definitiva. Me inmovilizaba más pensar en que era la mujer de mi padre que algún tipo de relación filial conmigo.
Silvana era un infierno de mujer y hacía gala del apodo de “Tana” con la que le decían sus amigas. “Cuando me caliento, me caliento de verdad eh!”, solía retarnos cuando dejábamos toda la casa desordenada. Obviamente hablaba de un enojo, pero yo me la imaginaba caliente y se me ponía dura la verga.
Una vez me descubrió en el baño mientras me estaba masturbando con una de sus tangas. Abrió la puerta de improviso y se quedó congelada cuando vio que yo estaba en sentado en el inodoro, con una mano subiendo y bajando por mi miembro y con la otra sosteniendo una de sus bombachas diminutas a la altura de mi nariz. Cerré rápido la mano para que no la viera, pero era de un rojo inconfundible. Ella miró mi entrepierna e hizo el gesto como que se tapaba los ojos con una mano mientras con la otra ...