EN UN MUNDO SALVAJE (2)
Fecha: 02/08/2020,
Categorías:
Incesto
Autor: Anónimo, Fuente: SexoSinTabues
... conjuntamente, a su hombre y su macho garañón, pudiendo pasar del uno al otro sin solución de continuidad Aunque, en verdad, tal cosa ni se le pasaba por la cabeza, que para cristianos viejos y sencillos, casi analfabetos, como ellos, el sexo, fuera como fuese, era cosa de dos. Y punto. Estaban los dos tendidos en la arena, con sus manos juntas, ellos mismos muy, muy juntitos, callados ambos, con la vista fija en el cielo azul, sintiendo el mutuo calor de sus cuerpos desnudos, cuando el rodar del sol por el firmamento les decía que la hora de separarse estaba a punto de sonaren sus corazones, cuando ella, volviéndose hacia su marido, besó tiernamente sus labios, su boca, para seguidamente decirle – Marido, dame otra vez tu amor antes de irme. Deposítalo en mí, vida mía, mi amor. Quiero llevarme el sabor de tu saliva en mi boca, el recuerdo de tus manos, tus labios, en mi piel, en mis tetas, mis pezones. Y el gozo de tu leche en mi coñito. Quiero llevarte conmigo, tu esencia, tu vigor de hombre, de macho (Sí, se le escapó lo que no quería decir, reconocer ya para entonces) tu semen, mi amor, en mi ser de mujer Y como de otra manera imposible que fuera, Juan complació, gustoso y apasionado, a su adorada mujercita. Y llegó, la hora de separarse, despedirse, hasta la madrugada, cuando ella volvería a él allí mismo; en aquél mismo trozo de playa en que estaban, habían estado. Ana se despidió de su marido con un apasionado beso en la boca, que más tuvo de postrer morreo que de ...
... cualquier otra cosa, marchándose seguidamente, sin volver la vista atrás ni una sola vez, apretando, paulatinamente, el paso, hasta acabar en franca carrera, mientras Juan la veía alejarse paso a paso, metro a metro, destrozándose por segundos, según ella se alejaba, escociéndole, de verdad, los ojos que, poco a poco, fueron arrasándosele en lágrimas más que tristes, más que desesperadas… No podía evitarlo. Quería aceptar esa nueva situación que entre ellos imperaba; aceptar, de buen grado, lo que entre su mujer y su hijo ocurría, y aún más desde que ella le pidiera, suplicara, su comprensión, como supremo acto de amor Deseaba que así fuera, mantenerse tranquilo, sereno, ante eso, lo que su mujer y su hijo harían enseguida, en nada; pero no podía, era superior a sus fuerzas, a su habitual gran fuerza de voluntad, pues, cuando la veía marchar, abandonarle a él para ir al “otro”, una mezcla de intimísima , doliente, congoja, y celos crudelísimos, se apoderaba de él, aderezado eso con, también, una mezcla de rabia sorda e insoportable impotencia, que siempre acababan por sumirle en una demoledora tristeza que se apoderaba de todo él, sin dejarle descansar, amargándole la existencia de día en día, casi podría decirse que, de hora en hora, de minuto en minuto, hundiéndole en la más profunda desesperación, el más agudo decaimiento, hasta quedar hecho una piltrafa humana. La piltrafa que era cundo ella, la anterior madrugada, le encontró. En tales ocasiones, la noche anterior, entonces ...