EN UN MUNDO SALVAJE (2)
Fecha: 02/08/2020,
Categorías:
Incesto
Autor: Anónimo, Fuente: SexoSinTabues
... mismo, una sensación de tremenda ira le dominaba, una ira que devenía en querencias asesinas. Sí; llegaba hasta a eso, a querer matar a su propio hijo. Al “macho joven” que le había desposeído de todo, su mujer, su casa, todo, todo… Le odiaba como a nadir antes odiara, a su propio hijo, el que él engendrara en el vientre de su mujer. A ese hijo que él quería más que a su vida, ahora deseaba matarlo… “¡Señor, Señor, a qué he llegado”!, se decía, compungido. Y desde entonces, desde que, al fin, la perdió de vista, anduvo de acá para allá, como perro sin amo, sin rumbo, desorientado, bajo esa tremenda sensación de ruina, de derrota absoluta en que se sumía, dominándole, sin dejarle, propiamente, vivir. En contra de la más elemental norma de seguridad que todos ellos tenían establecida, no entrar en la selva desde la caída del sol hasta su orto, por el peligro que entrañaba, ya que era cuando los depredadores, el temible leopardo, en particular, salían a cazar, anduvo, presa de un furor formidable, por la selva, vagando sin sentido, con unas ganas terribles de matar, destruir. Aunque, más bien, matarse, destruirse, a sí mismo, como forma de salir, acabar, con aquella tortura que no le dejaba vivir, que le mataba, sólo que lentamente, minuto a minuto, día tras día. Parecía decir “¡Ven, leopardo maldito!. ¡Trata de matarme, si es que puedes, pues yo ansío matarte a ti!” Y, en parte, así era No era algo definido, no es que él buscara, específicamente, a la fiera, cual hacía cuando, ...
... en verdad, salía a matarlo, sino más bien un deseo oscuro, casi morboso, de que fuera la fiera quien le encontrara a él, en mortal encuentro, pues así, él sería presa segura del animal, ya que se le acercaría sin que él lo notara hasta que fuera muy tarde, cuando ya el animal corriera hacia él, listo a saltar y destrozarlo. Por fin, un tanto sosegado tras su enervado vagar, cansado de un día rico en encontradas emociones, se encaramó a lo alto de un árbol, montándose allá, sobre ramas altas, inalcanzables al leopardo, la inevitable cama de ramas y hojas, quedando allí dormido, acurrucado en sí mismo. Despertó como por ensalmo, sin tener idea de la hora que era, pero sabiendo que era, justo, la de encaminarse a la cita con su amada esposa, pero algo extraño se apoderó de él; una como aversión, rechazo, a encontrarse con ella, ligado a un extraordinario deseo de tenerla en sus brazos; de amarla hasta la extenuación. Venció el deseo a la aversión, y marchó al encuentro de su mujer. Se encontraron y, desde un primer momento, todo fue una repetición de la madrugada anterior: Un principio de sexo acalorado, sexo oral seguido del anal y la posterior cabalgada de ella, apasionada amazona en jaco garañón, lo que le ponía a mil, viéndola así a ella, desmelenada en darle placer, un placer inenarrable que le hacía rugir cual león en celo montando a su leona. Y finalmente, más in extenso, el amor materializado en sexo; un sexo, dulce, tierno, la absoluta entrega mutua, en cuerpo y alma. ...