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Viaje al infierno (1)
Fecha: 01/10/2020, Categorías: Primera Vez Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos
... alemanes con el tiempo llamaron “Ratten Krieg”, “Guerra de Ratas”, prácticamente había empezado ya, combatiendo los hombres entre ruinas y escombros desperdigados por aquí y por allá, sin orden ni concierto, pues podría decirse que en toda la ciudad no quedaba ni un solo edificio en pie. Sí, todo eso pasaba, pero todavía las líneas del frente se mantenían; todavía las fuerzas empeñadas en la lucha por la ciudad contaban con vías de tránsito abiertas, por las que se recibían suministros y refuerzos medio regularmente, pudiéndose además evacuar adecuadamente heridos y enfermos un tanto graves. Hasta la gente podía disfrutar de más o menos largos días de permiso, incluso en la Patria, en Alemania. Lo malo era que, como siempre suele pasar, los más inocentes eran los que se llevaban la peor parte: La aborigen población civil, reducida a mujeres, niños y ancianos, pues los hombres de quince/dieciséis años a sesenta/sesenta y alguno, estaban entre los defensores de la ciudad, bien en el Ejército Rojo, bien en las milicias obreras. Esa desvalida población civil, obligada a permanecer allí, en medio de la guerra, entre disparos de fusilería y bombardeos artilleros y aéreos, malvivía entre escombros y túneles y pasadizos subterráneos. Bueno, en eso no se diferenciaba tanto la población combatiente, pues habitar edificios en pie era sumamente peligroso, aunque alguna ruina con algo de techumbre encima todavía la habitaban, tanto civiles como combatientes… No; lo peor no era ...
... eso, sino la tremenda hambruna que de tiempo atrás padecían los civiles. Incluso la habitabilidad para ellos empezaba a hacerse más que penosa, pues la invasión de alcantarillas donde poder sobrevivir al abrigo de la guerra, y con la carne que, de vez en vez, se atrevían a ingerir a base cazar ratas, empezó a hacerse común entre ellos, los sufridos civiles. Sufridos civiles obligados a permanecer allí, en la ciudad de la muerte, por decisión del Camarada Generalísimo Stalin, pues esa población entorpecía el avance al invasor… Claro que esa población rusa podría sufrir, podría morir, mujeres, ancianos… ¡Niños!... Pero, eso, ¿qué importaba? Lo que en la Patria Internacional del Proletariado sobraba eran, precisamente, personas… ¡Niños incluso! ¿O no?... “¡Si se reproducen como conejos estos “mujik”!”, pensaría el Zar Rojo… Pero, a pesar de la implacable orden de que nadie abandonara la ciudad sitiada por el invasor, las gentes preferían arriesgarse a morir en el río, en el Volga, a seguir muriendo en vida entre la ciudad en ruinas, por lo que se aventuraban a salir de ella en todo tipo de embarcaciones, embarcaciones que sufrían el acoso de la artillería soviética de grueso calibre, emplazada en la orilla oriental del Volga. La cosa llegaba, a veces, a tal punto de insania por parte de los artilleros del Ejército Rojo, que hasta la artillería alemana abría fuego en contra-batería sobre las piezas soviéticas, intentando proteger así a esos pobres civiles. Pero es que, si ...