1. Desafío de galaxias (Capítulo 1)


    Fecha: 18/10/2017, Categorías: Grandes Series, Autor: calvito, Fuente: CuentoRelatos

    Este relato que empiezo a publicar hoy, no es la segunda parte de “Matilda, guerrero del espacio”. Aunque el marco es la República Federal Galáctica, heredera del régimen imperial de Zannar II, es una historia que nada tiene que ver con las aventuras de Matilda y la Princesa Súm, aunque se hace referencia a ellas: la época de las espadas místicas, casi ha finalizado. Hace tiempo que publiqué este relato, pero posteriormente decidí darle otra vuelta para intentar mejorarlo: no sé si lo habré conseguido.
    
    Capítulo 1
    
    —¡Reverenda madre, reverenda madre, despierte! —la apremiante voz, la sacó del profundo sueño en el que estaba sumergida: algo excepcional en una mujer que dormía poco—. ¡Rápido! Tiene que levantarse.
    
    —¿Qué ocurre, hermana? —respondió incorporándose levemente. Ante ella vio, levemente iluminada por la débil luz que desprendía el farol que llevaba en la mano, a una de las sacerdotisas con cara asustada.
    
    —¡Dese prisa! —la volvió a apremiar—. Tiene que bajar inmediatamente a la Cámara de las Reliquias.
    
    —Pero ¿que pasa? —insistió la abadesa.
    
    —Es Eskaldár…, resplandece.
    
    —¿Qué? —preguntó con incredulidad.
    
    —Que resplandece, que se ha iluminado.
    
    La abadesa permaneció inmóvil unos segundos intentando asimilar las palabras de su compañera de monasterio. Se levantó rápidamente y sin cambiarse la ropa de dormir salio de su celda, echándose una toquilla sobre los hombros. Seguida por la sacerdotisa, descendió hasta el nivel más bajo del monasterio y ...
    ... enfilo un largo y sombrío pasillo. Al fondo, una decena de monjas a medio vestir pugnaban por mirar por el ventanuco de la puerta por el que salía un resplandor azulado.
    
    —¡A ver hermanas! Calmaros y dejarme pasar, —la autoritaria voz, junto con un par de palmadas, hizo que se apartaran despejando la puerta. La reverenda madre se asomó al ventanuco y miro fijamente al origen del resplandor que ilumino su rostro tiñéndolo de azul. Se apartó, y abriendo un cajetín situado al lado de la puerta, colocó la palma de la mano en el sensor y tecleo un código. La puerta se entreabrió con un chasquido seco. La abadesa la empujo y se acercó fascinada a la legendaria espada de Matilda, mientras las sacerdotisas, en número creciente, iban llenando la cámara arremolinándose a su alrededor.
    
    —¿Cómo es posible, reverenda madre? —preguntó la viceabadesa, que acababa de llegar—. Hace 400 años que no hay guerreros místicos. Las últimas fueron Matilda y la Princesa Súm, y no trasvasaron su poder místico.
    
    —Comunícate inmediatamente con el canciller de Mandoria, —ordenó muy seria. Se daba cuenta de la posible gravedad del hecho—. Es vital saber si Surgúl, la espada de la Princesa, también resplandece.
    
    —Pero… creo que la Princesa fue sepultada con ella. Habrá que abrir la tumba.
    
    —Dile al canciller lo que pasa y que la tiene que abrir: estoy segura que estará de acuerdo, —meditó unos segundos y añadió—. Necesitamos respuestas y solo las encontraremos en el Manuscrito Sagrado.
    
    Hacia rato ...
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