Hidden Club
Fecha: 24/01/2021,
Categorías:
Intercambios
Autor: veroydany, Fuente: RelatosEróticos
—¡Hombre, Marta! ¿A qué debo este honor? —de repente se me ocurrió que no era normal que la mujer de mi amigo me llamara por teléfono, no lo había hecho nunca—. ¿Sucede algo? —pregunté, preocupado.
—¿Podemos vernos hoy? —inquirió sin responder.
—Me estás asustando Marta… ¿Va todo bien? ¿Y Mario?
—Mario está de viaje, como siempre, y yo… Mira, no quisiera hablar de esto por teléfono. ¿Cómo tienes la tarde?
—Bien —en realidad tenía dos compromisos de trabajo, pero podía cambiarlos.
—Hay un sitio en… (me dio una dirección) Se trata de una cafetería. ¿Te viene bien a las ocho?
—Sí, por supuesto —accedí—. Pero… ¿no puedes adelantarme algo?
—Luego, Dany. Mejor en persona.
—De acuerdo. Nos vemos a las ocho.
Estaba a punto de colgar, cuando escuché que decía algo que no pude entender, al haber separado el teléfono de mi oído.
—¿Has dicho algo, Marta? —pregunté, volviendo a acercarme el auricular.
—Sí… (Pausa) Que, por favor, no hables con mi marido de esto hasta que nos veamos.
Eso era justo lo que iba a hacer a continuación.
—De acuerdo, Marta. No haré nada hasta que hablemos.
Colgó.
Me quedé pensativo unos instantes. Yo sospechaba, por detalles que se le habían escapado alguna vez, que mi amigo tenía un concepto un tanto relajado de las palabras “fidelidad conyugal”, aunque no me constaba nada en concreto. Si es que este era el problema, salvo que Marta quisiera que le sirviera de paño de lágrimas, no se me alcanzaba que podía hacer ...
... yo.
Pero había más posibilidades, no sé si peores aún. Por ejemplo, que Mario se hubiera “enganchado” a las drogas. No había visto nada raro en él, pero nunca se sabe… O que tuviera problemas de dinero. Aunque en ese caso, probablemente me habría comentado algo, o incluso me habría pedido ayuda.
Me encogí de hombros. Quedaban algo más de seis horas hasta la cita con Marta. Ya me contaría que era eso que le hacía estar tan seria, porque su voz sonaba preocupada, nada que ver con la Marta risueña que yo conocía y apreciaba.
Levanté el teléfono. Tenía que hacer unas llamadas…
â â â
El taxista no tenía ni idea acerca de cómo ir a la cafetería en la que había quedado citado con Marta. Menos mal que existen los navegadores GPS. Finalmente, tras más de media hora de trayecto, depositó mis intrigados huesos en un barrio de clase media para mí desconocido, lejos también del domicilio de mis amigos.
El establecimiento era lo que cabía esperar en aquel sitio, ni cutre, ni el colmo de la elegancia y sofisticación. Dos hombres tomando café en la barra. Dos mesas ocupadas, una por dos mujeres mayores, otra por dos chicos y una chica. Y Marta no estaba.
Consulté el reloj: las ocho menos doce minutos.
Me senté en una mesa apartada, en un rincón, y pedí una cerveza.
Las ocho y cinco. Bebí el resto de la copa, e hice una señal al camarero, que depositó sobre la mesa otra al cabo de unos segundos.
Las ocho y diez, y Marta sin aparecer.
Las ocho y trece.
Las ...