La despedida de soltera de una pasante
Fecha: 27/02/2021,
Categorías:
Confesiones
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... atrás, cuando pudimos hacerlo fácilmente. Ahora que el destino le brindaba una segunda oportunidad no quería dejarla escapar por nada del mundo.
Tan pronto llegamos al piso traté de cuidar las formas y le ofrecí una cerveza y hasta unas zapatillas para que estuviera cómoda. Su respuesta fue rápida e inequívoca: se colgó de mi cuello y me soltó un beso largo con lengua que me empalmó al instante. Lo que siguió después fue un visto y no visto; ella prácticamente me desnudó a mí y yo la desnudé a ella.
—Jo, Lucas... Sabía que tenías una buena polla, porque medio se adivinaba por tu paquete, pero nunca pensé que fuera ni tan grande ni tan gorda.
Veintidós centímetros de polla tiesa como un obelisco y un par de huevos casi tan gordos como pelotas de tenis. Eso es lo que veía Arminda y lo que la impactó. Sus tetas a mí también se me antojaban llamativas; no eran muy grandes, pero sí de pezones negros que se alzaban sobre anchas areolas oscuras. A destacar igualmente su coño semi rasurado, de labios carnosos y rojizos, así como su culo: prieto, durito y de perfecta redondez.
La envergadura de mi polla no desalentó para nada a Arminda y menos después de que se fuera familiarizando con ella a base de encapucharla y descapucharla o de darle chupaditas, mientras yo le trabajaba el coño con los dedos hasta dejárselo caliente y mojadito. Lo cierto es que Armi, ya en el dormitorio, me tumbó sobre la cama bocarriba, se montó sobre mí con una pierna a cada lado y ella misma, ...
... sin la menor dificultad, se metió mi polla hasta el fondo de su coño, quedando empaladísima, para luego cabalgarme primeramente a trotes lentos, bajando y subiendo despacio, y luego al galope total, desbocado, como una jineta campeona que montara a pelo. Por momentos tuve la sensación de que ella me estaba poseyendo a mí y no yo a ella, y pensé que tal vez no era eso lo que deseaba Armi. Así que me incorporé y la hice cambiar de postura, de manera que ahora era ella la que se tumbaba sobre la cama bocarriba con las piernas abiertas. Fue un misionero clásico en el que yo marcaba el ritmo de la follada, aunque ella llevara la voz cantante:
—Dale, Lucas, dale fuerte, más fuerte que no me haces daño, así, sin miedo, así, así, eso, eso ¡Ohhh! ¡Ahhh! ¡Siiií!
Se corrió dos o tres veces, yo creo, la última coincidiendo con mi copiosa descarga de lefa. Por momentos me preocupó que no hubiéramos tomado ninguna precaución y así se lo hice saber a Arminda, pero ella ni se inmutó:
— ¿Y qué coño importa si me quedo embarazada? ¡Mi futuro marido se pondrá contento sabiendo que va a ser papá!
También estimuló mi hombría diciéndome que la había follado «de puta madre», que había sido «un polvo cojonudo» y que yo había mejorado con los años, como los vinos, pues ahora estaba «más guapo y más buenorro que nunca». En cambio, a mí Armi me tenía muy desconcertado. No se parecía casi nada a la que yo conocía. Ahora era una mujer de armas tomar, retorcidilla, extra rodada sexualmente, ...